El Evangelio de este domingo (Mt 10,26-33) presenta el corazón del discurso misionero de Jesús. Una misión que consiste en un anuncio difícil y contracorriente, que causa divisiones y en muchos casos incluso malentendidos e persecuciones. Porque Jesús invita a revelar las tramas ocultas del poder; los diseños conspiradores de quienes no tienen interés en el bien común; o el sutil juegos de alianzas en nombre de una paz que en realidad solo enmascara los intereses de los grupos. Es este el anuncio que Jesús entrega a los misioneros, junto con la responsabilidad social de sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, purificar a los leprosos, expulsar a los demonios (Mt 10,8). Si interpretamos estas categorías de personas socialmente y no solo espiritual o moralmente, nos encontramos con los rechazados de la sociedad: los contaminados por el sistema capitalista; los desesperados; lo diversos; los afectados por los muchos trastornos psicológicos que nos afectan, hoy. El evangelio del Reino, por lo tanto, consiste en transformar situaciones humanas, sociales y ecológicas, que son producto de una sociedad enferma, incapaz de garantizar una vida sana y saludable, para todos.
El silencio, la quietud, la espera pasiva o la actitud de quienes no ve ni escucha, no son virtudes cristianas. Son pecado de omisión. Tampoco debemos confiar demasiado en ciertas prácticas de piedad que son demasiado intimisticas e individualistas, o en una cierta «respetabilidad» interesada en mantener el status quo, y incapaz de involucrarse en la transformación de las relaciones sociales, de la política y de las injusticias. Vivimos el tiempo de la profecía, sentimos la necesidad de que alguien levante su voz y sostenga la bandera del bien común, sin temor a las consecuencias que vendrán. Al igual que Jeremías, el profeta que, a pesar de traer en su piel las consecuencias de su anuncio, no retrocede, sino que endurece su rostro y continúa con coraje su misión.
«No temáis» – dice Jesús – hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados (…), vosotros valéis más que muchos pajarillos.»
Luigi Shiavo, Biblista