Quinta parte
Es fundamental recordar que el arte de celebrar consiste en hacer brillar a Cristo, aportando frescura, belleza, transformando nuestra existencia. Nuestra manera de celebrar es siempre pobre en relación con lo que en ella se realiza: el encuentro del creador con su criatura.
Hoy tenemos un lenguaje, tomado de los documentos del Concilio Vaticano II, para encontrar al Señor en la liturgia. El lenguaje cambia, pero el rito no cambia (por rito entendemos la estructura de una celebración. Ejemplo: la celebración eucarística: Ritos Iniciales; Liturgia de la Palabra; Liturgia Eucarística; Ritos de Comunión; Ritos de Conclusión); es decir, lo que cambia es la modalidad y el lenguaje. Esto nos hace darnos cuenta de la importancia de cada gesto de cada expresión. En efecto, es peligroso que se difunda la idea de que el rito litúrgico ha cambiado desde la reforma llevada a cabo por el Concilio Vaticano II. Porque este concepto abre a la anarquía, y se podría llegar a afirmar que cualquier cambio es posible, es más, se podría llegar a afirmar que incluso los cambios introducidos por la Reforma Litúrgica son opcionales. La consecuencia es la pérdida del valor que expresa la liturgia.
El arte de presidir es muy importante, es más, es fundamental. A este respecto, recuerdo lo sucedido en una celebración eucarística del trigesimo aniversario de la muerte de un joven en una parroquia en la que la liturgia está muy cuidada por el párroco, a diferencia del vicario cooperador que preside las celebraciones litúrgicas como si fueran una de tantas cosas que hay que hacer
Un ministro extraordinario de la comunión había convencido a la madre del difunto para que viniera a celebrar la eucaristía del tercer aniversario de su hijo en esa parroquia. El ministro, dada la ocasión, estaba seguro de que presidiría el párroco; la iglesia estaba llena de jóvenes. Desgraciadamente presidió el vicario-cooperario: en 20 minutos todo había terminado. La madre del difunto concluyó que no volvería a pisar esa parroquia, el ministro extraordinario fue mortificado. Esto viene a subrayar el daño que puede hacer una presidencia chapucera.
Esta introducción se hizo para comprender mejor el papel de la presidencia.
Ѐ también hay que recordar que el pueblo de Dios, las más de las veces, no ha sido preparado para descifrar el lenguaje litúrgico, por lo que no comprende que la celebración eucarística es un unicum: no existe un momento más importante y otro menos importante en la Misa, hay que participar de principio a fin. (S.C.19).
La celebración es fundamentalmente un encuentro con el Señor, es una relación; es la oración por excelencia; es conversar con Dios; es dialogar con Él y supone de nuestra parte reconocernos ante el Señor, personas limitadas. El encuentro con Dios es el movimiento que Él hace hacia nosotros y que nosotros hacemos hacia Él. Es el concepto de Alianza ya presente en el Antiguo Testamento: Dios se comunica al hombre y el hombre responde con la fe y la obediencia a la palabra de Dios.
La celebración es el movimiento que provoca un cambio en la vida. ¿En qué consiste este movimiento?
Los gestos del primer movimiento consisten en la procesión del introito y el beso del altar (primer y último gesto) con los que se entra en relación con Cristo. Se repiten las tres preguntas que Dios plantea a Adán y que Cristo plantea a Pedro: Adán ¿dónde estás? ¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? ¿Comiste del árbol que te dije que no comieras?
Pedro, ¿me amas más que a nadie? Pietro ¿me amas? Pedro ¿me amas? Estos tres movimientos son los que tienen lugar en la celebración.
Dios busca que Adán no le acuse, porque sabe que nos ha creado para él. Nuestra realización consiste en experimentar su amor y hacer su voluntad. Dios quiere que Adán se reconozca en sus errores. La celebración eucarística es un camino para reconocernos, como el publicano en el templo, para llevarnos a reconocer el verdadero rostro de Dios, que es el del Padre. ¿Cómo se realiza esto dentro de la celebración?
Con la señal de la cruz, se entra en relación con la Trinidad. A continuación, el presidente, en nombre de la Trinidad, saluda a la asamblea, que le desea que el Espíritu que actuó el día de su ordenación siga actuando en él.
Fuimos creados para entrar en una relación con el Señor.
La relación fundamental es volver a las tres preguntas de Dios al hombre y a las tres preguntas de Cristo a Pedro.
En la celebración se realizan estos tres movimientos: en la búsqueda que Dios hace de su criatura para que se reconozca a sí misma; la Eucaristía es este conocimiento.
Esta relación comienza con los ritos de introducción: en los que reconocemos nuestros pecados. Nuestras limitaciones, para tener el perdón. (el silencio es importante), porque es el primer momento en el que podemos confrontarnos con nuestra condición limitada y poder reconocernos amados por Dios.
Tras el reconocimiento de nuestra condición de personas limitadas está la aceptación por el amor gratuito del Padre que se expresa en el himno del Gloria (la parábola del Hijo pródigo) y culmina en la oración presidencial de la Colecta. Estamos en un verdadero encuentro con el Resucitado.
En este punto está la segunda pregunta de Dios a Adán: ¿Quién te hizo saber que estabas desnudo? y la de Cristo a Pedro: Pedro ¿me amas?
Nuestra respuesta de amor, es la escucha de la Palabra de Dios.
La liturgia de la Palabra es otra oportunidad para hacer una pausa.
Nos sentamos para recibir lo que se nos da. En cambio, el Evangelio, la Palabra encarnada, se recibe de pie, la actitud del hombre nuevo, que se continúa durante el Credo y la oración de los fieles.
Dos partes: la palabra de Dios y la palabra en la celebración.
En la celebración, la Palabra de Dios es también relación, en la que Dios busca al hombre. La finalidad de la creación es la Alianza.
La Palabra es la plenitud de esta relación con Dios.
Dios es diálogo y a través de la encarnación permite al hombre entrar en su diálogo.
¡La Palabra de Dios también es un hecho: y Dios dijo….sia la luz y la luz era!
La palabra está escrita, de ahí que sea posterior a la experiencia vivida y celebrada. El conjunto es inseparable: palabra oída (fase oral) – celebración – vivir lo celebrado. Palabra escrita – celebración – vivencia de lo celebrado. La palabra es historia de salvación, no es abstracción, porque está inserta en la historia del pueblo salvado por Dios. La palabra se hace persona en Jesús de Nazaret. De hecho, incluso el evangelio trata siempre de la vida cotidiana del pueblo judío. Si la palabra es acogida, ¡se cumple! La iglesia nace de hechos concretos, no de escritos. El Espíritu, cuando se recibe, edifica la Iglesia en el mundo.
Este hecho se subraya en el Nuevo Testamento: ¡los gentiles aceptan la Palabra y los judíos la rechazan! Los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. ¡Israel sigue prisionero de la forma en que siempre se ha hecho!
La palabra es la presencia que todos buscan, una presencia que está en medio de nosotros en el silencio de la vida cotidiana. La palabra es la vida de Jesús de Nazaret.
Consideremos el pasaje que narra la historia de Emaús: Lc 25.
La Palabra tiene la capacidad de hablarnos en todo momento y personalmente.
Es importante estar atentos a la escucha para no dejarse confundir por las múltiples voces. La Palabra nos invita a acoger al otro que es la presencia del Resucitado. Esto exige escuchar y reconocer lo diferente, sus dones, y acoger sus propuestas.
Es difícil para todos escuchar, reconocer, acoger el encuentro con Dios que nos revela su corazón. La Eucaristía es este encuentro entre nuestra miseria y su amor gratuito. Por eso la celebración eucarística se llama medicinal.
Todos deben escuchar con reverencia la palabra proclamada. (OGRM n. 29). La liturgia de la palabra nos ayuda a comprender el significado de la secuencia de los ritos en la celebración durante el año litúrgico.
El tiempo litúrgico ayuda a leer el sentido de la vida cristiana, así como el significado de los colores litúrgicos. Cada escansión del año litúrgico recuerda la revisión de un momento concreto de la vida cristiana.
Sigue un breve momento de silencio, que sirve para interiorizar los contenidos de la homilía (OGMR 66).
El esquema a seguir para proponer las invocaciones es el siguiente:
Sin embargo, la sucesión puede ser adaptada en circunstancias particulares, nunca sustituyendo la intención de la Iglesia universal en primer lugar (OGMR 70)
Las intenciones propuestas deben ser sobrias, formuladas con sabia libertad y pocas palabras, y expresar las intenciones de toda la comunidad (OGRM 71).
El libro litúrgico (evangeliario y leccionario) a partir del cual se proclama la Palabra de Dios, no es la Palabra de Dios, sino el signo de la Palabra con la que el Padre habla en el mundo y en el corazón de todos los hombres. Sin embargo, como este signo y símbolo de realidades superiores, debe ser digno, decoroso y bello (Ordenación de las lecturas de la Misa = OLM 35).
Por desgracia, los libros litúrgicos suelen estar descuidados, con las tapas rotas y remendadas con cinta adhesiva; las páginas, sucias y rotas. En este caso, el libro litúrgico no parece digno, decente y bello, sino cualquier cosa menos eso. Éste, en las comunidades parroquiales y religiosas, debe ser custodiado con sumo cuidado.
Sería recomendable que hubiera un «altar» en el salón de celebraciones, junto al ambón donde se guardan el Evangeliario y los leccionarios, visible para el pueblo de Dios. Esto manifestaría el cuidado y la veneración que se muestra por la palabra de Dios en esa iglesia.
Este cuidado y veneración culminan en el cuidado del Evangeliario, que debe estar espléndidamente adornado, distinto del otro libro de lecturas. No en vano el mismo Evangeliario se entrega al diácono en su ordenación, y en la ordenación episcopal se coloca y mantiene abierto sobre la cabeza del elegido (OLM 36)1.
Es importante tener en cuenta lo siguiente: los libros de las lecturas (leccionario y evangeliario), pues, preparados para las celebraciones, no deben ser sustituidos, por respeto a la dignidad de la Palabra de Dios, por otros subsidios pastorales, por ejemplo folletos para que los fieles -esto vale también para el Misal- preparen las lecturas o las mediten personalmente (MLO 37). No pongamos la excusa de que los laicos no están preparados. Deben crearse grupos litúrgicos en las parroquias para la formación litúrgica permanente del pueblo de Dios.
Desgraciadamente, ¡se nota que el clero falta en esta formación…..!
Por el P. Giorgio Bontempi C.M.
1 Cf. Pontifical Romano. Ordenación del Obispo, Presbíteros y Diáconos. Segunda edición típica italiana, Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1992. n. 313, p. 194; n. 51, p. 49; n. 55, p. 50.