El día 3 de agosto de 2025, el Papa Francisco canonizará al joven Pedro Jorge Frassati, quien un día estuvo en las filas de la Sociedad de San Vicente de Paúl, comprometido con la caridad que se traduce en servicio humilde, generoso y creativo a los hermanos más pobres, tal como habían enseñado, en su momento, el Beato Antonio Federico Ozanam y sus compañeros de la primera hora.
Pedro Jorge Frassati nació el 6 de abril de 1901, en Turín (Italia). Provenía de una familia noble e influyente. Su padre, indiferente a la religión, era el fundador y propietario de uno de los periódicos más importantes de Italia, La Stampa, habiendo sido también senador y embajador en Berlín. Su madre se dedicaba a la pintura y al arte.
Pese a su entorno familiar, Pedro Jorge fue capaz de cultivar una honda espiritualidad, enraizando toda su existencia en una solida experiencia del amor de Dios. El encuentro con Jesucristo en la Eucaristía y en los pobres llegará a ser el centro y la inspiración de su vida de joven cristiano. En efecto, la participación diaria en la Santa Misa, prolongada en la adoración eucarística, constituirá la fuente de su vida espiritual y la fuerza de su dedicación a los más necesitados. Una vez declaró: «Jesús viene a mí cada día en la Santa Comunión y yo le devuelvo la visita sirviendo a los pobres”. En efecto, la Eucaristía, «lugar privilegiado de encuentro del discípulo con Jesucristo», modeló de tal modo la vida, las actitudes, los pensamientos y los sentimientos de Pedro Jorge, que toda su existencia adquirió una «forma verdaderamente eucarística». La Eucaristía era para él la «fuente insaciable del impulso misionero», una verdadera escuela de caridad, una fuerte llamada a colaborar en la construcción de un mundo mejor según el proyecto de Dios (Documento de Aparecida, n. 251). Le nutría también una notable piedad mariana que le servía de aliento en la vivencia de los valores humanos y las virtudes cristianas.
Su juventud la vivió plenamente: salía con los amigos, hacía montañismo, organizaba fiestas y juegos, sin jamás olvidarse de la práctica concreta y convencida de la fe que profesaba con entusiasmo y vivía con vigor. Ya perteneciendo a otros movimientos eclesiales, especialmente la Acción Católica, quiso ingresar también en la Sociedad de San Vicente de Paúl, lo que hizo el 29 de noviembre de 1918. Junto con sus amigos, siempre fue fiel al compromiso vicenciano de visitar a los pobres en sus propias casas. El Cristo eucarístico, al que comulgaba y adoraba, era el mismo que encontraba en los más pequeños de los hermanos, en sus rostros sufrientes, en sus vidas maltratadas y heridas, en sus historias de dolores y carencias. Su consciencia cristiana le motivó a trabajar por una sociedad más justa y fraterna, a la contracorriente del régimen fascista que se hallaba en rápida expansión. En 1920, se unió, contra la voluntad de su padre, al Partido Popular Italiano, fundado bajo la inspiración de la Encíclica Rerum Novarum, del Papa León XIII. Así, la caridad evangélica, aprendida en la escuela de San Vicente y del Beato Federico Ozanam, iba asumiendo contornos políticos en su vida de cristiano comprometido con las reformas sociales. Lejos de ser un mero observador de la escena social, Pedro Jorge no dejó de proponer reuniones, debates y marchas populares, pues creía que la verdadera política se hace en la participación efectiva de todos los ciudadanos.
Robustecido por su vigorosa espiritualidad eucarística, dedicado a sus estudios de ingeniería y en medio de una serie de servicios concretos a los pobres, especialmente a los mineros italianos que no podían cuidar adecuadamente su salud y eran explotados por las largas y pesadas jornadas de trabajo, Frassati contrajo la poliomielitis y murió el 4 de julio de 1925, a la edad de 24 años. Sus palabras dicen mucho de lo que fueron las convicciones de fe que motivaron su labor caritativa y social:
“La paz falta en el mundo que se ha alejado de Dios, pero también la caridad, es decir, el amor verdadero y perfecto. No hay nada más hermoso que la caridad. De hecho, la fe y la esperanza cesan con nuestra muerte, pero el amor dura eternamente, e incluso creo que estará más vivo en la otra vida”.
En la ceremonia de su beatificación, el 20 de mayo de 1990, el Papa Juan Pablo II describió el perfil humano, espiritual y apostólico de Frassati con palabras lapidarias:
«‘Adorad al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a responder a cualquiera que os pregunte sobre la razón de vuestra esperanza’ (1Pe 3,15). En nuestro siglo, Pedro Jorge Frassati, a quien en nombre de la Iglesia tengo la alegría de proclamar hoy beato, encarnó en su propia vida estas palabras de San Pedro. El poder del Espíritu de la verdad, unido a Cristo, hizo de él un testigo moderno de la esperanza que brota del Evangelio y de la gracia de la salvación que actúa en el corazón humano. Se convirtió así en el testigo vivo y el valiente defensor de esta esperanza en nombre de los jóvenes cristianos del siglo XX.
La fe y la caridad, verdaderos motores de su existencia, lo hicieron activo y laborioso en el ambiente en el que vivía, en su familia y en la escuela, en la universidad y en la sociedad; lo transformaron en un alegre y entusiasta apóstol de Cristo, en un apasionado seguidor de su mensaje y de su caridad.
El secreto de su celo apostólico y de su santidad se encuentra en el camino ascético y espiritual que siguió; en su oración, en su perseverante adoración, incluso nocturna, del Santísimo Sacramento; en su sed de la palabra de Dios, escudriñada en los textos bíblicos; en su serena aceptación de las dificultades de la vida, incluidas las familiares; en su castidad vivida como disciplina alegre; en su predilección diaria por el silencio y la ‘normalidad’ de la existencia.
Es precisamente en estos factores donde descubrimos la fuente profunda de su vitalidad espiritual. En efecto, es a través de la Eucaristía como Cristo comunica su Espíritu; es a través de la escucha de su palabra como crece la disponibilidad para acoger a los demás; y es también a través del abandono orante en la voluntad de Dios como maduran las grandes decisiones de la vida. Sólo adorando a Dios presente en su propio corazón, el bautizado puede responder a quienes ‘preguntan por la razón de la esperanza’ que lleva dentro. Y el joven Frassati lo sabe, lo experimenta, lo vive. En su existencia la fe se fundió con la caridad: firme en la fe y activa en la caridad, porque la fe sin obras está muerta.
Ciertamente, a primera vista, el estilo de Pedro Jorge Frassati, un joven moderno y lleno de vida, no presenta nada extraordinario. Pero esa es precisamente la originalidad de su virtud, que invita a la reflexión y anima a la imitación. En él, la fe y los acontecimientos cotidianos se mezclan armoniosamente, hasta el punto de que la adhesión al Evangelio se traduce en una atención amorosa a los pobres y necesitados, en un crescendo continuo hasta los últimos días de su enfermedad, que le llevó a la muerte. Su gusto por la belleza y el arte, su pasión por el deporte y la montaña, su atención a los problemas de la sociedad no le impidieron tener una relación constante con el Absoluto.
Totalmente inmerso en el misterio de Dios y totalmente dedicado al servicio constante del prójimo: ¡así se puede resumir su jornada terrenal! Su vocación de cristiano laico se concretó en sus múltiples compromisos asociativos y políticos, en una sociedad convulsa, indiferente y a veces hostil a la Iglesia. Con este espíritu, Pedro Jorge supo dar impulso a los diversos movimientos católicos, a los que se unió con entusiasmo (…). Vivió con alegría su vocación cristiana y se comprometió a amar a Jesús y a verle en los hermanos que encontró en su camino o a los que buscó en lugares de sufrimiento, marginación y abandono para hacerles sentir el calor de su solidaridad humana y el consuelo sobrenatural de la fe en Cristo.
Murió joven, al final de una vida corta pero extraordinariamente rica en frutos espirituales, de camino ‘a su verdadera patria para cantar alabanzas a Dios’.
La celebración de hoy nos invita a todos a acoger el mensaje que Pedro Jorge Frassati envía a los hombres de nuestro tiempo, especialmente a vosotros, los jóvenes, que queréis ofrecer una contribución concreta de renovación espiritual a este mundo nuestro, que a veces parece desmoronarse y languidecer por falta de ideales.
Proclama, con su ejemplo, que una vida conducida en el espíritu de Cristo, el espíritu de las Bienaventuranzas, es ‘bienaventurada’, y que sólo quien se convierte en un ‘hombre de las Bienaventuranzas’ es capaz de comunicar amor y paz a sus hermanos. Repite que realmente vale la pena sacrificar todo para servir al Señor. Él testimonia que la santidad es posible para todos y que sólo la revolución de la caridad puede encender en el corazón de los hombres la esperanza de un futuro mejor”.
Vinícius Augusto Teixeira, CM