Por Jean Rolex, CM
Queridos vicentinos, Al terminar este año tan especial, nos toca hacer una valoración de este. Una valoración para darnos cuenta de que el hombre es frágil y está limitado en el tiempo y en el espacio. Esta fragilidad inherente a su condición humana ha quedado desnuda con la pandemia del Covid-19, las secuelas nefastas de las guerras, el calentamiento global y la creciente dependencia total de la tecnología. Como seguidores de San Vicente de Paúl, conocido por su compasión y servicio a los más necesitados, todos, en cierto sentido, hemos experimentado a lo largo de este año 2024 lo frágiles que éramos.
Pero, por otra parte, este mismo año nos ha mostrado la grandeza del ser humano. Grandeza que se ha manifestado por muchos en la manera de tratar a los más pequeños. A lo largo de la historia de la humanidad, en situaciones extremas siempre han surgido hombres y mujeres de bien y valientes para recordarnos que el hombre no es simplemente miseria, sino capaz de grandes cosas. El mismo San Vicente de Paúl ha sido un ejemplo de valentía y bondad. Su trabajo y su influencia en la corte real tuvieron un impacto significativo en la mejora de la situación social y política del siglo XVII.
En realidad, el mundo cambiará para bien de todos por estos hombres y mujeres valientes, atrevidos y de bien. No podemos negar lo amargo que ha sido este año. Sin embargo, no podemos olvidar las gracias que hemos recibido del mismo. Por esta razón, como vicentinos, estamos llamados a la esperanza en este nuevo año que ya comenzamos. La esperanza que nace de lo que somos como dignidades creadas a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,27). La esperanza que nace en la confianza firme en las promesas de Dios, que nos sostiene incluso en los momentos difíciles[1]. La esperanza que nace de lo que somos como hijos e hijas de nuestra cultura y de nuestro pueblo. La esperanza, en este sentido, no es una ilusión pasajera, sino una convicción profunda de que Dios siempre está con nosotros y que la promesa de Dios no se defraudará[2].
Este nuevo año que ya iniciamos es para volver a reconectarnos con la Esperanza hecha carne, es decir, con Cristo. Con Cristo todo nace y renace. En efecto, este nuevo año es para volver a renacer. Es decir, volver a recuperar nuestra mejor versión.
Empezamos pues, vicentinos, a dar gracias a Dios por el año 2024 y a aprender de los problemas. Aunque no todo fue mejor, sin embargo, de este año, todos hemos crecido positivamente como personas y vicentinos. Nos toca ahora vivir el año 2025 con esperanza y creatividad. Esperanza de que las cosas pueden mejorar, porque en el mundo siguen existiendo hombres y mujeres nobles, buenos y creativos. Hombres y mujeres que no tienen miedo de “inventar, experimentar, crecer, tomar riesgos, romper reglas, cometer errores y divertirse”. Hombres y mujeres que están dispuestos a hacer de este nuevo año un tiempo de reflexión, renovación y acción en el servicio a los demás. Listos para defender el respeto por la creación, la solidaridad con los pobres y la acción colectiva. Dispuestos a optar por la fraternidad universal, es decir, una fraternidad que “permite reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde habite[3]”.
Nuestra vida siempre está sujeta a revisión. No hay nada perfecto en el mundo. Sólo Dios es perfecto. Por eso, este nuevo año es para hacer una revisión en profundidad, desde nuestro sí al paso de Dios en nuestro ser y quehacer vicentino. Damos gracias a Dios por el año 2024 porque, a pesar de todo, nos ha enseñado a valorar lo pequeño, a mirar la vida con sencillez, respeto y amor. A simplificar nuestra vida, descartar lo que nos sobra y vivir sobriamente. En realidad, la fórmula para vivir mejor es simplificar todo. Es volver a recuperar el buen humor pase lo que pase. De acuerdo con algunos, el buen humor “es sinónimo de salud mental”. No hay ninguna razón para no volver a sonreír y hacer reír a los demás. Como bien dice Elbert: “No te tomes la vida demasiado en serio. No saldrás de ella con vida”. El mismo San Vicente de Paúl exhortaba a “estar siempre alegre, aunque tenga que disminuir un poco esa pequeña seriedad que la naturaleza le ha dado y que la gracia endulza, por la misericordia de Dios” (I, 499).
En fin, reconectarse con la Esperanza hecha carne implica perdonar y pedir perdón a tiempo; es hacer algo por los demás, es decir, ayudar al otro a ser mejor. Pero todo ello implica la conversión de mente, corazón y actitudes. Convertirse en este sentido no significa ser otra persona sino vivir de otra forma. Es ser diferente. Ser diferente en este sentido significa vivir desde Cristo. Vivir desde Cristo pide: “convertir nuestra soberbia en humildad, nuestra avaricia en generosidad, nuestra gula en templanza, nuestra ira en mansedumbre, nuestra lujuria en castidad, nuestro egoísmo en caridad, nuestra pereza en esfuerzo, nuestra mediocridad en fervor.”
Conectar con la Esperanza es estar atento, porque Dios sigue hablando y contando con cada uno de nosotros. El hombre, por ser imagen de Dios, es capaz de Dios. Está inscrito en su corazón el deseo del infinito. Por eso, desde siempre, el hombre ha sido un buscador de lo infinito, de lo divino. Pues vicentinos, en este año 2025, apostemos por lo divino. Optemos por el camino que va y llega a Dios. Dejémonos guiar por la estrella de las virtudes humanas, cristianas y vicentinas. Que el testimonio vicentino pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos y tierra nuevos (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor[4].
[1] Francisco (2014). La Esperanza nunca defrauda. Crisis-Promesa- Confianza. Claretiana, Buenos Aires.
[2] Ibid.,
[3] Francisco (2020). Carta Encíclica, Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social. Recuperad de https://www.vatican.va/.
[4] Francisco (2024). La esperanza no defrauda. Recuperada de https://www.vatican.va/content/.