La Cuaresma

En este artículo en profundidad, el padre Giorgio Bontempi, C.M., traza un recorrido por la historia de la Cuaresma, desde sus primeras manifestaciones en la Iglesia primitiva hasta las reformas litúrgicas del Concilio Vaticano II. Descubrimos cómo el significado y las prácticas cuaresmales han evolucionado con el tiempo, pero manteniendo siempre su esencia: un período de conversión y crecimiento interior. El autor nos invita a una reflexión más profunda: ¿vivimos la Cuaresma como un verdadero camino de fe o la reducimos a simples renuncias externas?

INTRODUCCIÓN

La Iglesia primitiva fue tomando conciencia de que la Pascua era el culmen de la vida cristiana, de la historia de la Iglesia y del mundo. En efecto, los primeros cristianos estaban fascinados por la realidad de la muerte y resurrección de Cristo que viene a restaurarlo todo, tanto la humanidad como el universo. Por eso, en la Iglesia se sintió la necesidad de una celebración única para la Pascua. Desde el siglo II, se ha reservado un domingo especial para la celebración de la Pascua. La comunidad cristiana siempre ha sentido la necesidad de prepararse de la mejor manera posible para celebrar la Pascua, es decir, con la oración y el ayuno.

Además, el Espíritu Santo conduce a la Iglesia a la práctica de reservar el bautismo y la iniciación cristiana para la Eucaristía celebrada la noche de Pascua. En efecto, en Romanos 6 se pide que el bautismo se confiera durante las fiestas pascuales. Al mismo tiempo, el período de preparación intelectual, moral y espiritual deseado para todos los cristianos adquiere connotaciones más intensas para los catecúmenos, en vista de su próxima iniciación.

Cuando el Jueves Santo se convirtió entonces en el día destinado a la reconciliación de los penitentes, éstos, a su vez, serían para todos los cristianos una nueva solicitud y un renovado motivo para la ascesis y la oración. Es, pues, normal que estos diferentes intereses, con sus riquezas, dieran lugar a una evolución progresiva.

 

CUARESMA: desde su aparición hasta la Reforma Litúrgica del Vaticano II

 

  1. Ayuno el Viernes Santo y el Sábado Santo

El antiguo Triduo Pascual comenzaba el Viernes Santo (la muerte del Señor) y, pasando por el Sábado Santo (la recolocación de Jesús en el sepulcro), culminaba la noche de Pascua y el Día de Resurrección (al amanecer del Domingo de Resurrección). En estos días, el ayuno tenía connotaciones festivas de iluminación.

  1. Una semana de preparación para la Pascua

Esta costumbre estaba presente en la Iglesia de Alejandría ya en el siglo III. En Roma, en cambio, sabemos que el domingo y el viernes anteriores a Pascua se llamaban De Passione y que el miércoles y el viernes de la misma semana se llamaban días alitúrgicos, es decir, días en los que no se celebraba la Eucaristía. [1]En el siglo V, el relato de la Pasión se leía los domingos, miércoles y viernes , una práctica muy antigua.

  1. Las tres semanas de preparación a la Pascua

Fue en el siglo IV cuando se organizó un periodo de tres semanas de preparación para la Pascua.

[2]De hecho, el tercer domingo antes de Pascua (excluida la Pascua) se denominaba Dominica in mediana, denominación típicamente romana; además, esta semana estaba reservada a las Ordenaciones[3]

[4]Durante estas tres semanas, la liturgia de la Palabra se ha caracterizado por la proclamación de pasajes del Evangelio de Juan referidos a la próxima Pascua y a la presencia de Jesús en Jerusalén .

  1. La preparación de seis semanas

Esta preparación, de la que existen pruebas ciertas, comenzó poco antes del año 384. [5]Su carácter era predominantemente ascético, de hecho se introdujo la costumbre de que los penitentes que se habían preparado durante cuarenta días se reconciliaran el Jueves Santo, según las prescripciones de Pedro de Alejandría (†311) .

Esta preparación comenzaba el primero de los seis domingos (más tarde se adelantó al miércoles inmediatamente anterior). De ahí el nombre de Quadragesima.

  1. Una prórroga de los cuarenta días

La celebración del miércoles y el viernes que preceden a la Cuaresma comenzó hacia finales del siglo V, como si formaran parte del tiempo cuaresmal. Así, el rito de la imposición de la ceniza a los penitentes se realiza el miércoles de la semana anterior al primer domingo de Cuaresma, rito que más tarde se extendería a todos los cristianos. Por el Sacramentario Gelasiano sabemos que el Miércoles de Ceniza se considera caput quadragesimae, porque era el día en que comenzaba para los penitentes el estricto retiro espiritual que terminaba el Jueves Santo.

  1. Siete semanas de preparación

La semana del Miércoles de Ceniza, durante el siglo VI, se dedica a la preparación previa a la Pascua. El domingo con el que comienza se denomina Quinquagesima, por ser el quincuagésimo día antes de Pascua.

A principios del siglo VII encontramos una nueva prolongación de la Cuaresma: la Septuagesima y la Sexagesima. Estas instituciones, como la del miércoles que precede al primer domingo de Cuaresma, denotan una extraña tendencia a anticipar el tiempo fuerte de la Cuaresma propiamente dicha y a debilitar un tanto su carácter distintivo[6]

 

CUARESMA: después de la Reforma Litúrgica promulgada por el Concilio Vaticano II

 

La evolución progresiva de la Cuaresma, una evolución a veces salvaje, exigía una renovación valiente, sobre todo si, como en el pasado, la organización del catecumenado de adultos debía vincularse a este período.

Se impuso una primera tarea: reducir todo el periodo, devolviendo a los cuarenta días toda su importancia. Así pues, fue necesario suprimir Septuagesima, Sexagesima y Quinquagesima. En este punto, sin embargo, surgió un problema. ¿No era necesario, para devolver a la Cuaresma sus dimensiones precisas, suprimir también el Miércoles de Ceniza, trasladando su celebración al lunes siguiente al primer domingo de Cuaresma? Tras sopesarlo todo detenidamente, la mejor solución parecía ser dejar inalterado el calendario de este miércoles, ya que una tradición tan larga, conocida incluso por los no cristianos, no permitía un cambio tan radical. Lógicamente, esta elección tenía que tener ciertas consecuencias: el Miércoles de Ceniza se convirtió entonces en el comienzo de la Cuaresma y, en consecuencia, las formas cuaresmales, como los himnos, etc., que hasta entonces sólo se utilizaban a partir del primer domingo, tuvieron que colocarse en este día. Podemos comprobarlo consultando el segundo volumen de la Liturgia de las Horas, la tercera edición del Misal Romano y la segunda edición del Leccionario Festivo en los tres ciclos.[7]

 

REFLEXIONAR DURANTE EL PERIODO DE CUARESMA

 

En mi lectio dominical, cuando comienza el Tiempo de Cuaresma, he escrito a menudo: ¡Respetemos la Cuaresma! Y es que, se ha establecido un modus vivendi el que la Cuaresma se ha convertido en el periodo de las renuncias (= lo que quitamos de la mesa, y: donamos lo recaudado a obras de caridad), no de fumar durante toda la Cuaresma, u otro tipo de renuncias. Todas iniciativas que tienen su valor e intenciones respetables.

Creo que el período cuaresmal es mucho más que eso. De hecho, durante el período cuaresmal deberíamos meditar sobre si, cuando el dolor, ya sea físico o moral, se presenta en nuestras vidas: ¿lo vivimos siguiendo el modelo de Cristo en su pasión, o nos rebelamos, contra Dios, contra la vida, contra aquellos a quienes se puede responsabilizar de lo que nos ha sucedido?

¿Sabemos aceptar, siguiendo el ejemplo de Cristo, el dolor de la exclusión, de la soledad, de los prejuicios? ¿O buscamos el compromiso para remontar la pendiente? ¿Para poder, aun a costa de un silencio omertario, mantener la estima de quienes actualmente desempeñan papeles importantes?

La Cuaresma es, por tanto, ese período del año litúrgico que debe llevarnos a reflexionar seriamente sobre nosotros mismos: si estamos viviendo la vocación a la que el Señor nos ha llamado, o si estamos desempeñando un papel que no nos corresponde, con las debidas consecuencias.

¿Recordamos que estamos bautizados y que debemos poner en práctica el Evangelio en virtud de las promesas bautismales que hemos aceptado y, por tanto, debemos vivir como cristianos en la Iglesia?

¿Tenemos presente que la función que se nos ha encomendado no es un poder, sino un servicio a la Iglesia? Siempre según el bautismo que hemos recibido y confirmado, ¿estamos vigilantes cada día, para no utilizar a los débiles y a los pobres para nuestros propios fines y planes? y luego descartar a estos hermanos y hermanas, si llegan a ser inconvenientes o peligrosos y socavan nuestros insensatos proyectos de poder, cuando el Señor nos ha dicho que es el último lugar en el que debe sentarse un cristiano, siguiendo su ejemplo?

En mi opinión, el período cuaresmal es un excelente instrumento para que un cristiano revise su vida en los momentos difíciles, siguiendo el ejemplo de Cristo.

 

Fr. Giorgio Bontempi C.M.

[1] A. CHAVASSE, El ciclo pascual. La preparación de la Pascua, en A.G. MARTIMORT, La Chiesa in preghiera, Roma, 763.

[2] M. ANDRIEU, Les Ordines romani du haut moyen age, III, Lovaina 1951, 311-312. Citado de La Quaresima ed. ADRIEN NOCENT, In Anàmnesis, L’anno Liturgico, Ed. AA.VV. Génova, Marietti, 1988, 153.

[3] P. Jounel, en La Iglesia en oración, ya citado, p. 88.

[4] A. CHAVASSE, El ciclo pascual, cit.,764.

[5] Ibid, 760

[6] Anàmnesis, cit. 155.

[7] Idem, 159.

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