María Ssma, belleza que invita a mirar al cielo y a los peregrinos

En el mes de marzo, mientras nos preparamos para la Anunciación del Señor, se nos invita a contemplar a María Santísima como icono de belleza y signo de esperanza. Su vida y su «sí» son un modelo de fe y servicio para todos los peregrinos. En este artículo, descubrimos cómo la espiritualidad mariana y el carisma vicenciano se entrelazan, guiándonos a vivir la belleza del fe a través de la misión y el amor concreto por los pobres.

Los dogmas marianos, definidos en contextos históricos diferentes a los nuestros, nos desafían a que los presentemos con lenguajes inteligibles a las personas de nuestro tiempo. Y esta no será una tarea nueva de los cristianos, ya que en los primeros siglos de nuestra era, los Padres de la Iglesia y Escritores Eclesiásticos fueron capaces de dialogar con la cultura del entorno convirtiendo así la fe cristiana en significativa para los hombres de aquel tiempo. Emplearon el lenguaje de la filosofía griega, y diferentes signos del mundo greco-romano, para poder hacer inteligible la Buena Nueva de Jesús.

En este mes de marzo, en el contexto de la cuaresma, también somos invitados a fijar nuestra mirada en la Mujer del “Sí”, ya que el 25 de marzo celebramos la Anunciación del Señor. Esta es una solemnidad que nos remite a la Navidad, ya que con ella celebra la encarnación del Hijo de Dios. En este ministerio central de nuestra fe “el sí de María” adquiere una fuerza especial, como lo expresa admirablemente S. Bernardo: “Virgen llena de bondad, te lo pide el desconsolado Adán, arrojado del paraíso con toda su descendencia. Te lo pide Abraham, te lo pide David. También te lo piden ardientemente los otros patriarcas, tus antepasados, que habitan en la región de la sombra de la muerte. Lo espera todo el mundo, postrado a tus pies. Y no sin razón, ya que de tu respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza. Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora al ángel, mejor dicho, al Señor, que te ha hablado por medio del ángel. Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra humana y concibe al que es la Palabra divina, profiere una palabra transitoria y recibe en tu seno al que es la Palabra eterna”.[1]

Teniendo como telón de fondo “el sí de María”, comparto con ustedes una breve reflexión sobre los siguientes puntos: la Inmaculada Concepción a partir de “la belleza de María, belleza de la humanidad”; la Asunción como “la hermosura de María que alcanza su plenitud en el cielo” y la vivencia de la espiritualidad mariana desde el carisma vicentino como “la mirada al cielo que reclama una mirada a los peregrinos”.

 

La belleza de María, belleza de la humanidad

 

Remitiéndonos a Aristóteles y pasando por Santo Tomás, podemos recordar las características de “los trascendentales”: verdadero, bueno y bello. Es importante también considerar que según S. Tomás, Dios es el ser subsistente y que las criaturas son entes compuestos que participan del ser de Dios, por eso, desde la fe decimos que el hombre es imagen y semejanza de Dios. Una de estas criaturas nos recuerda de manera especial esta imagen y semejanza con nuestro creador, ella es la Ssma. Virgen María, a quien contemplamos bella, y es signo de la belleza de la humanidad que muchas veces es opacada por el pecado.

En nuestra sociedad la belleza es apreciada sobremanera, pero muchas veces esa plusvalía olvida lo esencial, ya que responde a estándares y no a las características trascendentales, por lo tanto limita a una sola dimensión el concepto de la belleza. En pos de la belleza física se fomentan «los ejercicios físicos». Ante esta realidad veo la urgencia de promocionar también «los ejercicios espirituales», ya que ellos contribuirán a mirar la belleza de María como signo de la creatura que supo integrar en sí todas las potencialidades, y a partir de allí, descubrir en nosotros un llamado a contemplar la belleza de la humanidad.

Si nos quedáramos hasta aquí y si se lograra lo expuesto en el párrafo anterior, podría ser un punto a favor de la educación a la trascendencia en nuestra cultura de la inmediatez. Pero como cristianos, no podemos quedarnos allí. Lo dicho hasta no puede ser más que un trampolín que nos ayuda a zambullirnos en el misterio de la gracia. Ya que lo que hizo de María una creatura bella fue la gracia. Ella, la llena de gracia, también es la primera redimida, por eso nosotros su hijos, podemos entrar en esa dinámica del Espíritu que obró adecuadamente en su vida, para que por la gracia del Hijo de María, podamos experimentar que él hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5).

 

Sabemos que uno de los padres de la Iglesia, S. Ireneo, ha dicho que así como Jesús es el nuevo Adán, María es la Nueva Eva, en contraposición con la Eva veterotestamentaria la Eva neotestamentaria recibe la palabra de verdad (del Ángel Gabriel), y obedece la palabra recibida, Eva recibe la de la mentira (del demonio), y desobedece al Creador. A partir de esa obediencia a la Palabra de verdad podemos contemplar en María la belleza del ser humano, agraciada por Dios, cubierta por la sombra del Espíritu (cf. Lc 1, 35) y que es capaz de responder a Dios con libertad. De esta manera participa de la santidad de Dios, el solo santo, y nos llama a todos a abrirnos también a dicha experiencia, procurando un optimismo antropológico realista, que nos permita descubrir la belleza de la humanidad llamada a vivir en plenitud todas las potencialidades que posee.

 

Hermosura que alcanza plenitud en el cielo porque “la belleza salvará al mundo”

 

Es conocida la frase de Dostoievski: “la belleza salvará al mundo”. En relación a ella es sugerente el título del libro del filósofo contemporáneo Byung-Chul Han (alemán de origen coreano) “La Salvación de lo Bello” donde indica que “el ideal de lo bello supera por completo la estética y se adentra incluso en lo moral para dictaminar la moral de lo bello”.[2] A la luz de los dogmas de la Inmaculada Concepción y de la Asunción, ¿podemos hablar de la moral de lo bello en la María Santísima? Remitiéndonos a la etimología de la moral (mos moris) como manera de vivir, podemos decir que Ella, la agraciada, fue capaz de vivir plenamente según el querer de Dios, porque el Espíritu Santo “la cubrió con su sombra” (cf. Lc 1,35), y ella es la “llena de gracia” (Lc 1,28). Comentando esta cita bíblica decía Juan Pablo II: “kecharitoméne, es decir, particularmente amada por Dios, totalmente invadida de su amor, consolidada completamente en Él: como si hubiese sido formada del todo por El, por el amor santísimo de Dios”. (Juan Pablo II, homilía 8 de diciembre de 1980).

 

La belleza de María, que nos invita a contemplar la bondad-belleza de la humanidad, nos recuerda que la hermosura reclama plenitud, por eso, el dogma de la Asunción es la plenificación de la hermosura. El cielo es el lugar de la plenitud, ya que allí Cristo, cabeza de la Iglesia, desde su Ascensión es el Dios-Hombre que nos recuerda su promesa de vida eterna, la primera del género humano en quien se cumple plenamente esta promesa es en su madre. El hijo de Dios e hijo de María es el amor hecho carne, su vida fue una predicación sobre el amor, en palabras y obras. Él amó a su madre con corazón de hombre-Dios, por eso, la Asunción es una expresión de amor del Hijo, a la vez que esperanza para la Iglesia, porque en este misterio podemos ver cumplida las palabras del fenomenólogo Gabriel Marcel: “Amar a alguien es decirle: tú no morirás jamás”. Por eso, por el dogma afirmamos que María Ssma. “terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Pío XII, Munificentissimus Deus). No significa para nosotros que María Santísima no haya muerto, sino que, por el amor de su Hijo (que es la expresión del amor de la Ssma. Trinidad), la hermosura pudo participar prontamente de la plenitud de la vida. Por eso los cristianos, contemplando la hermosura de la creación no podemos dar por concluida tal observación sin elevar la mirada al cielo.

 

La mirada al cielo reclama una mirada a los peregrinos

 

Nuestra mirada al cielo reclama una mirada a la tierra, a los peregrinos. Nuestra mirada al cielo nos interpela a mirar compadecidos, como el buen samaritano (Cf. Lc 10,33), las realidades de los compañeros peregrinos para que podamos vendar sus heridas, caminar con ellos y conducirlos a un lugar de cuidado de la vida (cf. Lc 10,34-35). Por eso, nuestra mirada al cielo nos devuelve a la tierra y aquí se nos invita a amar, siendo conscientes de que “si amas, serás herido y tal vez mueras, pero si no amas, ya estás muerto” (Herbert McCabe). Los santos de nuestra familia vicentina nos enseñan que la devoción mariana les ha llevado a amar intensamente a los hermanos. El ejemplo de la que tuvo el encuentro privilegiado con María Ssma., Catalina Labouré, habla con elocuencia. Ella, luego de sus experiencias de revelación privada vivió entregada al servicio de los ancianos, en los oficios más humildes, amando y sirviendo a Cristo presente en el pobre, siendo “la santa del silencio”.

Vicente y Luisa inculcaban a sus hermanos y hermanas la devoción a la Virgen Ssma., de manera especial la veneración del misterio de la Inmaculada Concepción como expresión de entrega plena a Dios, por lo tanto, como modelo de sumisión a la voluntad de Dios. Ponía ante ellos el cuadro de la Visitación y con ello los invitaba al servicio pronto y eficaz a quienes más necesitan. Y es la sierva humilde, por lo tanto modelo en esta virtud. Al respecto dice S. Vicente: “Si quieren que [Dios] les llame a esperar esta gracia [de la humildad], no endurezcan vuestro corazón, acudan a la Virgen Santa, rogando que les obtenga de su Hijo la gracia de participar en su Humildad, por la que ella se llamó esclava del Señor, cuando fue elegida para ser su Madre. ¿Qué hubo en la Virgen para que Dios la mirase? Ella misma lo dice: ‘Mi humildad’” (SVP X, 536-537).

Como vicentinos, es grande el legado que hemos recibido de nuestros fundadores. Nuestra herencia mariana no es solo la Medalla Milagrosa, ella es tal vez una respuesta del cielo al espíritu mariano de los fundadores y de los santos de la familia vicentina. Nuestra herencia mariana se basa sobre todo en el testimonio de amor mariano que en los fundadores se expresaba más allá de una devoción centrada en la piedad, más bien ella se manifestaba en gestos concretos de imitación, para así seguir a Cristo Evangelizador.

 

P. Hugo R. Sosa, CM

 

[1] De las Homilías de san Bernardo, abad, Sobre las excelencias de la Virgen Madre, Homilía 4, 8-9

[2] Cárdenas Valenzuela, R., “La belleza salvará al mundo” en: https://www.nuevarevista.net/la-belleza-salvara-al-mundo/

 

Maria Santissima

Comentar

Artículos relacionados