El mundo digital está transformando profundamente nuestra forma de ser y de percibirnos. Lytta Basset, en su libro Je selfie, donc je suis, analiza cómo la sociedad contemporánea se caracteriza por una búsqueda incesante de identidad a través de la imagen que proyectamos. En la era del selfie, existimos en la mirada de los demás, dependemos de su aprobación.
Frente a esta realidad, la espiritualidad vicenciana ofrece una respuesta liberadora: una identidad que no se basa en la imagen que transmitimos, sino en la donación de uno mismo en el encuentro con el otro y con Dios. San Vicente de Paúl nos recuerda que la verdadera grandeza no se encuentra en la puesta en escena de uno mismo, sino en el servicio humilde y gratuito.
¿Cómo podemos entonces encarnar esta espiritualidad en un mundo dominado por las apariencias y las redes sociales?
En su libro, Lytta Basset critica una sociedad en la que la identidad se construye a través de la imagen proyectada. Las redes sociales, los selfis y los filtros nos dan la ilusión de controlar nuestra existencia, pero en realidad nos atrapan en una dependencia de la mirada externa.
En esta frágil búsqueda de identidad, la espiritualidad vicenciana propone una respuesta radicalmente diferente:
Desafío vicenciano: ¿Cómo ayudar a los jóvenes a no dejarse definir por su imagen virtual, sino por su compromiso real en el servicio a los demás?
Uno de los conceptos clave de la espiritualidad cristiana es la kenosis (Filipenses 2,7): «Se despojó de sí mismo». Jesús no se construyó en la gloria aparente, sino en la humillación y la entrega.
San Vicente de Paúl encarnó esta kenosis con una actitud profunda: no buscar existir para sí mismo, sino en el servicio a los más pobres.
En un mundo digital en el que se busca constantemente existir a través de la imagen y la puesta en escena de uno mismo, la espiritualidad vicenciana nos recuerda que la verdadera plenitud no se encuentra en aparecer, sino en entregarse:
Lytta Basset advierte contra la alienación digital: al querer ser vistos a toda costa, terminamos perdiendo nuestra interioridad. El desafío, por lo tanto, es encontrar un equilibrio entre la presencia digital y la vida interior, la misión y la contemplación.
El reto vicenciano: ¿Cómo ayudar a los creyentes a practicar una «kenosis digital», a estar presentes sin tratar de imponerse, a dar testimonio sin exhibirse?
Lytta Basset subraya que nuestra época se caracteriza por una crisis de compasión: cuanto más conectados estamos, menos estamos realmente en relación.
San Vicente, en cambio, hizo de la compasión afectiva y efectiva el corazón de su compromiso:
En el mundo digital, esta compasión se sustituye a menudo por una falsa solidaridad:
Desafío vicenciano: ¿Cómo redescubrir una compasión encarnada, que supere la simple emoción y se traduzca en acciones?
Lo digital no es negativo en sí mismo, puede ser un poderoso instrumento de evangelización y servicio. Los vicencianos de hoy están llamados a ser testigos activos en las redes sociales, pero con una lógica de misión y no de autopromoción:
Pero esto también implica una ascesis:
Ante los desafíos de lo digital, la espiritualidad vicenciana está más vigente que nunca:
En un mundo en el que las pantallas separan tanto como conectan, los vicencianos están llamados a recrear vínculos, a dar un rostro concreto a la caridad y a atreverse a amar afectiva y efectivamente, también en el mundo digital.
Conclusión: testigos del amor en lo virtual y en lo real
En la era del «Je selfie, donc je suis», San Vicente nos recuerda que nuestra verdadera identidad no se construye en la imagen, sino en el don.
Atreverse a la compasión, atreverse al amor, atreverse a vaciarse de sí mismo, atreverse a contemplar y servir en el mundo digital: estos son los desafíos de la espiritualidad vicenciana hoy.
Que el Espíritu nos dé el valor de ser testigos auténticos, presentes pero discretos, audaces pero humildes, para que Cristo sea visible a través de nosotros, incluso en las pantallas.
P. Michel IBRAHIM, c.m.
(Provincia de Oriente)