Para la Iglesia romana, el Jueves Santo, hasta el siglo VII, marca el final de la Cuaresma y del ayuno penitencial, y el comienzo, con el Viernes Santo, del ayuno infrapascual en la espera inmediata de la resurrección. El Jueves Santo por la mañana, la Iglesia romana sólo conoce la reconciliación de los penitentes hasta el siglo VII. No se encuentra rastro de ninguna conmemoración de la Cena del Señor. Sólo en la noche de la Vigilia Pascual se celebra como culminación la liturgia eucarística, la Eucaristía pascual de Cristo resucitado. Los penitentes reconciliados son conducidos a la mesa de la Eucaristía, a la que serán admitidos de nuevo la noche de Pascua. [1]
En Capua, a mediados del siglo VI, se celebraban dos misas ese día: una por la mañana y otra por la tarde. Pero, en Roma, no encontramos rastro de tal práctica.
El Concilio de Cartago de 397 nos dice que la Eucaristía se celebra el Jueves Santo[2] . Por una carta de san Agustín a Genaro, sabemos que ya entonces había dos posibles celebraciones de la misa: una, por la mañana, para los que no podían aguantar el ayuno hasta la noche; la otra, esa misma noche[3] . En el diario de viaje de Egeria encontramos un uso similar .[4]
A partir del siglo VII, es posible seguir la evolución de la liturgia romana del Jueves Santo. En Roma se celebraban tres misas: una por la mañana, otra a mediodía, durante la cual se consagraban los Santos Óleos, y otra por la tarde. La misa de la consagración de los Óleos, al igual que la misa vespertina, no incluía ninguna liturgia de la palabra, sino que comenzaba inmediatamente con la ofrenda.
En cuanto al rito del lavatorio de los pies, ya se encuentra en Jerusalén a mediados del siglo V.
En el siglo X, en el Pontifical romano germánico no quedaba más que la misa crismal matutina y la misa vespertina.
Pero la liturgia del Jueves Santo sufrirá dos añadidos más. La primera consistirá en el traslado solemne de lo que quedaba de las sagradas especies a un tabernáculo provisional, donde serían adoradas antes de ser llevadas a comulgar al día siguiente. Este rito se impondrá entre los siglos XIII y XV.
En la liturgia romana, lo que quedaba del pan consagrado se guardaba en una arqueta y el conjunto se depositaba en la sacristía, sin ningún signo de honor particular. Durante la misa siguiente, al comienzo de la celebración, se presentaba la arqueta al pontífice, tras su entrada, y éste veneraba durante unos instantes las sagradas especies, que luego eran llevadas al presbiterio para ser depositadas en el cáliz de vino consagrado en el momento de la fracción[5] . Cuando se desarrolló la devoción al Santísimo Sacramento, la santa reserva recibió honores especiales. Esta evolución se produjo sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIII, precisamente cuando el papa Urbano IV extendió la celebración de la fiesta del Corpus Christi (11 de agosto de 1264) a toda la Iglesia. El tabernáculo provisional del Jueves Santo se convirtió entonces en la ocasión para manifestar la devoción a la Eucaristía. Pero cuando la celebración del Jueves Santo adoptó en su liturgia ciertos signos de triste abolición del sonido del órgano, de las campanas, etc.), el tabernáculo provisional fue considerado extrañamente por muchos fieles -y con insistencia- como la tumba de Cristo, aunque la Iglesia aún no había celebrado su muerte. En algunas iglesias, como en la Galia, aparecieron celebraciones de la sepultura de Cristo, imitando así la liturgia de la Iglesia bizantina.
El despojo del altar se convirtió en un símbolo del despojo de Cristo en la cruz: era costumbre quitar el mantel del altar. Según ciertas costumbres, dos acólitos colocados cada uno a un lado del altar tiraban del mantel ad modum furentis para simular la separación de la túnica de Cristo.[6]
La reforma Piana de 1955 ya había restablecido la celebración de la Eucaristía por la tarde, en todo caso después de las 16 horas, para conmemorar su institución. Pero las lecturas habían permanecido idénticas y, en aquella época, seguía sin haber concelebración, salvo con ocasión de una ordenación episcopal o presbiteral. La reforma litúrgica del Vaticano II introdujo reformas más profundas.
En primer lugar, se sustituyó la Colecta, que indicaba mejor el sentido de la celebración. Con el mismo criterio, se sustituyeron la primera y la segunda lecturas.
Tras la homilía, se mantuvo el rito del lavatorio sin ningún otro gesto u oración que se hubiera añadido. Durante la procesión de las ofrendas, se cantó el Ubi caritas. El mismo criterio con el que se sustituyeron las oraciones se aplicó a la Oración sobre las ofrendas y al prefacio.
Los sacerdotes concelebran aunque tengan que binar. También se ha modificado la Post communio.
No se celebran las Vísperas. El resto se cumple sin solemnidad.
P. Giorgio Bontempi C.M.
[1] Sobre la reconciliación del Jueves Santo, cf. A. NOCENT, Il sacramento della penitenza e della riconciliazione in AA.VV., Anamnesis, 3/1, Génova, 1986, 169 ss; ID. Celebrar a Jesucristo, III, Asís 1977, 285-302.
[2] GIROLAMO, Epist., 77: ed.J. Labourt, t.. IV, París 1954, 43. Citado en P. JOUNEL, Le Jeudi-Saint. La tradition de L’Eglise, LMD, nr. 68 (1961) , 15.
[3] AGOSTINO D’IPPONA, Epist., 54, 5: PL 33, 202.
[4] EGERIA, op. cit, 35, 93-94.
[5] M. ANDRIEU, Les Ordines romani du haut moyen ȃge, II, Lovaina 1948, 82.
[6] Anàmnesi 6, El Año Litúrgico, op. cit, 112-113.