El Sábado Santo se consideraba un día halitúrgico en el que no se celebraba la Eucaristía. Aunque esto, en los primeros tiempos, no era una situación anormal, ya que entonces no se celebraba habitualmente la Eucaristía, el deseo de permanecer en ayuno hasta la resurrección de Cristo exigía que no se comiera la Eucaristía antes de la celebración de la Pascua. Esto no significaba que el Sábado Santo no hubiera otra celebración. Sabemos que el último exorcismo solemne del obispo tenía lugar por la mañana. Ya tenemos pruebas de ello en Hipólito, y en todas partes encontramos el rito de la mañana del Sábado Santo vinculado a la redditio smboli[1]
Sin embargo, si en tiempos de Inocencio III († 1216) se fijó en detalle la celebración de la Vigilia Pascual, incluidas las doce lecturas, hay que señalar que ya llevaba algún tiempo en franca decadencia. En el siglo VII, de hecho, dicha Vigilia comenzaba el sábado por la tarde, si bien, se esperaba hasta el anochecer para celebrar la Eucaristía. Comenzar las lecturas hacia las dos de la tarde significaba bendecir el fuego y cantar el Exultet más o menos en pleno día, con todas las consecuencias negativas que ello conllevaba. Como se ve, el sentido de las realidades de la celebración litúrgica ya se había desdibujado por completo en aquella época, en la que uno no se extrañaba de cantar los mirabilia de la noche bendita a plena luz del día. Una celebración así, sin espíritu, sólo podía desanimar a los fieles a participar: en resumen, era una celebración reservada al clero. Cuando Pío V prohibió la celebración de la Eucaristía por la tarde, todo se consumó: la Vigilia se celebró….el sábado por la mañana.
Un siglo más tarde, Urbano VIII dio el golpe definitivo a la popularidad de la Vigilia al suprimirla como fiesta de precepto. Todo esto nos permite medir el alcance de la reforma llevada a cabo por la Iglesia en este sentido, y nos ayuda a comprender la pesada herencia que todavía pesa sobre la mentalidad de muchas personas en nuestro tiempo . [2]
P. Giorgio Bontempi C.M.
[1] HIPÓPOLITO DE ROMA, La Tradición Apostólica, 20: ed. cit. 43.
[2] Triduum Sacrum, op. cit, 105.