Triduo Pascual – La Vigilia

Se profundizan sus elementos esenciales —la liturgia de la Palabra, la Sagrada Comunión y la Eucaristía— con una mirada atenta a su evolución y al significado teológico que aún hoy interpela a todo creyente. Una guía valiosa para vivir plenamente la noche más santa del año.

LA VIGILIA PASCUAL

Formación y evolución

 

La Iglesia primitiva, como sabemos, celebraba la resurrección de Cristo todos los domingos: no hay testimonios sobre la celebración de un domingo fijo, de la resurrección del Señor antes del siglo II[1] . Desde entonces contamos con testimonios que nos dan valiosos detalles sobre la forma en que se celebraba la noche de Pascua. En particular, se nos recuerda el ayuno durante los días -uno o dos- que precedían a la Vigilia. Tal ayuno es mencionado tanto por Tertuliano[2] como por Hipólito de Roma[3] . Pero sería erróneo pensar que este ayuno tenía connotaciones exclusivamente ascéticas. El ayuno penitencial de la Cuaresma terminaba con el Jueves Santo; con el Viernes Santo comenzaba el ayuno festivo después de la Pascua, en espera de la resurrección. Según Tertuliano, con el ayuno los cristianos honran los días en que Cristo fue arrebatado de su Iglesia[4] . Por tanto, sería oportuno redescubrir hoy el sentido del ayuno que, mientras se esperaba el regreso del Esposo, animaba todas las vigilias de la Iglesia. Esto, además, explica por qué nadie comulgaba el Viernes Santo: como la Eucaristía era considerada el alimento más verdadero, los que participaban en ella rompían el ayuno. Por tanto, había que ayunar hasta el regreso del Esposo, es decir, hasta su resurrección

En cuanto a la celebración, la Didascalia de los Apóstoles, un documento sirio del siglo III, nos ofrece por primera vez detalles interesantes:

 

El viernes y el sábado, vuestro ayuno será total y no comeréis ningún alimento. Reuníos, no durmáis, velad toda la noche en oraciones, súplicas, salmos, leyendo los profetas, el evangelio y los salmos… hasta las tres de la noche siguiente al sábado. Sólo entonces dejaréis de ayunar .[5]

 

En cuanto a la liturgia de la Palabra, en el artículo Le choix des lectures de la veillée pascale (QLP, 32 [1952], 65-70). Bernard Botte O.S.B. concluye que las lecturas de la Vigilia Pascual en la Iglesia romana eran tradicionalmente seis y que las cuatro lecturas que aparecen en el sacramentario gregoriano reflejan una costumbre posterior.

 

En tiempos de Hipólito de Roma (siglo III), la noche de Pascua incluía una celebración de lecturas y la celebración de los tres sacramentos de la iniciación cristiana .[6]

La celebración de la iniciación cristiana en la noche de Pascua no se generalizó hasta el siglo IV.

Tres elementos fundamentales caracterizaron muy pronto la Vigilia Pascual: la celebración de la Palabra (primer elemento) hasta el momento del bautismo (segundo elemento); todo ello coronado por la celebración de la Eucaristía (tercer elemento).

 

  1. La vigilia de lecturas es esencial para la celebración de la noche de Pascua. En el rito romano, a lo largo de los siglos, el número de lecturas ha fluctuado entre seis y doce, siendo estas últimas proclamadas tanto en latín como en griego, en los siglos VII y VIII, cuando los obispos pertenecientes al rito griego ascendieron al papado .[7]
  2. Para el bautismo, observamos que la costumbre de bendecir el agua es de origen muy antiguo. Parece que esta costumbre se remonta al siglo II .[8]

Como había que ir desde la iglesia, donde había tenido lugar la celebración de la Palabra, hasta el baptisterio, donde se iba a consagrar el agua, había que cantar una letanía para acompañar la procesión. Tenemos un ejemplo de estas letanías en el Ordo XVII, antes de la bendición del cirio .[9]

Se llegó incluso a dividir una misma letanía en dos partes: la primera se cantaba antes de la bendición de la pila bautismal y antes del bautismo; la segunda, después, y servía como Kyrie de la misa.

  1. En cuanto a la celebración de la Eucaristía, ya sabemos que, con Justino[10] , venía inmediatamente después de los sacramentos de la iniciación.

El Ordo de la Vigilia Pascual, antes de la reforma de 1952 llevada a cabo por el Papa Pío XII y llamada por ello la Pía Reforma, había conservado algunos arcaísmos en la celebración eucarística. Por ejemplo, remontándose más allá de la época del Papa Sergio I (687-701), que había introducido el canto del Agnus Dei durante la fracción del pan, el Agnus Dei no se cantaba durante la Misa de Vigilia. Del mismo modo, no se daba el beso de la paz, porque en el primer amanecer del día de Pascua, al canto del gallo, se confería este signo de paz con el saludo Pax vobis.[11] . Estos arcaísmos se han suprimido.

 

Sin embargo, a estos tres componentes fundamentales de la Vigilia (palabra, iniciación, seguida normalmente de la Eucaristía) debían añadirse dos elementos simbólicos, con los que se pretendía subrayar costumbres comunes y a veces necesarias, y que adquirían una importancia más o menos relevante según las distintas Iglesias, a saber, la bendición del fuego nuevo y la procesión del lumen Christi con el laus cerei.

Para iluminar las basílicas donde pronto se reunirían los fieles, sólo había entonces un medio: el de encender un fuego del que, con carbones, se extraía la luz para iluminar el espacio sagrado. Una vez apagadas las lámparas, al final del lucernare, había que proporcionar luz para los oficios litúrgicos del día siguiente. Por eso en el siglo IX encontramos en Roma una bendición del fuego el Viernes Santo[12] . En la noche de Pascua, esta bendición del fuego, como la del cirio pascual y el agua bautismal, nos permite vislumbrar los efectos de la redención. El mundo adquiere ahora un nuevo rostro: la criatura infrahumana retoma su función de servicio y se convierte de nuevo en instrumento de la gracia. Es como si tuviera lugar una especie de mímica de la creación. En el siglo VIII tenemos más detalles[13] . El Jueves Santo, a la hora nona, se enciende una llama de pedernal en la puerta de la basílica. Con ella se enciende una vela que se coloca sobre una caña. Con este fuego, se mantiene encendida una lámpara hasta el Sábado Santo para poder encender la vela que se va a bendecir. Al parecer, la costumbre es de origen franco. Se entra en la iglesia con esta vela y se encienden siete lámparas delante del altar, entonces se ilumina la iglesia. En ese instante comienza la celebración de la misa. Estas lámparas se apagan con cierta solemnidad durante los oficios de Maitines y Laudes. A partir de entonces, los usos de las distintas órdenes se confundieron y el problema se complicó. En el siglo XIII, se utiliza un cirio de tres brazos[14] . Es posible que esta costumbre se tomara prestada de Jerusalén, donde primero encendía tres velas el obispo, después de él los diáconos y a continuación la asamblea .[15]

 

La reforma de 1951 suprimió el cirio de tres brazos, cuyo significado exacto ya no se percibía, e introdujo en su lugar la costumbre de encender las velas de los fieles, una ceremonia que, aunque no tenía precedentes en la liturgia romana, había sido sin embargo habitual en Jerusalén con un evidente significado teológico. Observamos, sin embargo, que no se encuentra ninguna fórmula oficial para la bendición del fuego antes del Pontifical romano del siglo XII.

El llamado Exultet no hizo su aparición, en diversas formas, hasta finales del siglo IV. Sin embargo, mientras que la bendición del cirio pascual ya se celebraba en todas partes -incluso en Roma- hacia finales del siglo V, la liturgia papal lo ignoró en el siglo XI[16] . Esto se debió quizá a la influencia de San Jerónimo. En efecto, en una carta a Presidio (384), acusa con dureza la frivolidad del Exultet[17]

En primer lugar, el que va a bendecir el cirio, de pie en el centro delante del altar, pide que se recen oraciones por él, hace la señal de la cruz sobre el cirio y, recibiendo del subdiácono la luz oculta del Viernes Santo, después de encender el cirio, canta: Dominus vobiscum; luego recita una oración, después continúa con el Sursum corda[18] , etc. Poseemos varias fórmulas de Exultet. La fórmula del laus cerei, tal como se cantaba antes de la reforma litúrgica, habría sido compuesta por san Ambrosio de Milán.[19] Varios ritos accesorios utilizados ad libitum se introdujeron en el momento de la preparación del cirio pascual.

 

 

La celebración de la Vigilia de hoy

 

Nunca se insistirá bastante en la valentía y la competencia que caracterizaron la primera reforma de la Vigilia Pascual aprobada en 1951, según la cual esta Vigilia podía celebrarse ad libitum. Respetando, como no podía ser de otra manera, dicha reforma, se le hicieron varios retoques tras una experiencia de su Ordo que duró más de diez años. En conjunto, estos retoques han sido bastante felices, aunque presenten el lado de ciertas críticas.

La preparación del cirio pascual no se ha modificado, aunque, en función de las necesidades pastorales, pueden omitirse algunos elementos, o toda la liturgia. Pero hay más. Las conferencias episcopales han sido autorizadas a insertar otras fórmulas. De hecho, los grabados realizados en el cirio, con las palabras que los acompañan, aunque interesantes en su intención de resaltar un determinado mimo, pueden dejar indiferentes a los fieles, sobre todo si son numerosos, porque no son capaces de darse cuenta de lo que se dice y se hace. La inserción de los cinco granos de incienso en la vela, como es bien sabido, tiene su origen en un error de lectura de un texto latino, en el que se confundió el término incensum -que significa encendido y se refiere a la vela- con el término idéntico que significa incienso. Esta confusión dio lugar a los granos de incienso que representan simbólicamente las cinco llagas del Señor. Tal simbolismo, si bien puede interesar a un cierto número de fieles, no es tan rico como para no simplificarlo o incluso hacerlo desaparecer. Y ello para no entorpecer aún más una celebración que ya está llena de símbolos y mimos, y que además no debe oscurecerse poniéndolo todo al mismo nivel. De hecho, una celebración de la Vigilia debe procurar poner de relieve los elementos verdaderamente fundamentales: La celebración de la palabra, la celebración del agua y, sobre todo, la celebración de la Eucaristía, que constituye su coronación y que corre el riesgo de pasar a un segundo plano porque, en este caso, no comporta su propia originalidad.

La riqueza aportada por el último Ordo consiste en haber propuesto, para la liturgia de la palabra, oraciones de propia elección, algunas de las cuales, tal vez, puedan hacer comprender y rezar mejor lo que se acaba de proclamar.

Se recomienda proclamar todas las lecturas propuestas por el nuevo Ordo y no sólo las obligatorias. Por desgracia, es bien sabido que un cierto número de pastores, insuficientemente formados en Escritura y liturgia, son alérgicos a una celebración prolongada. Pero está en juego la educación de los fieles, y hay que tener en cuenta que las objeciones a una Vigilia auténtica provienen casi siempre más del clero que de los fieles, que -como demuestra la experiencia en diversos lugares- disfrutan de una Vigilia bien hecha.[20]

 

P. Giorgio Bontempi C.M.

 

[1] El domingo, ed. MARCEL ROONEY, En, El año litúrgico, en ANAMNESIS nº 6, 67 – 91.

[2] TERTULIANO, De Ieiunio, 2, 14; CCL 2, 125. 1271.

[3] HIPÓPOLITO DE ROMA, La Tradición Apostólica, 33: ed. B. Botte (LQF, 39) Münster i W 1963, 79-81

[4] Cf., TERTULLIAN, nº 6

[5]  Didascalia et Constitutiones Apostolorum: ed. F.X. Funk, Padeborn 1950, I, 288 (tr. Franc.: La Didascalie des Douze Apôtres, por F. Nau, París 191², 174-175).

[6] HIPÓPOLITO DE ROMA, La Tradición Apostólica, 20-21: ed. cit., 43-45.

[7]  M.ANDRIEU, Les Ordines romani du haut myoen àge, III, Lovaina 1951, 272 (Ordo XXIII).

[8] Didascalia et Constitutiones Apostolorum: ed. F.X. Funk, cit. 181-183.

[9] Constitutiones Apostolorum 7, 43 ed. cit., 450.

[10] Justino, I Apología, LXV, Ed. Paulino, Roma, 193, 115-116.

[11] M, ANDRIEU, Les Ordines romani…, 457 (Ordo XXX A).

[12] ID, ibídem, 272 (Ordo XXII).

[13] ID, ibídem, 325-326 (Ordo XXVI).

[14] ID, Le Pontifical de la Curie Romaine au XIII sìecle, en Le Pontifical romain au moyen ȃge,II, Ciudad del Vaticano, 1940,565.

[15] F.C. CONYBEARE, art. Rituale Armenorum en Dictionaire d’Archeologie Chretienne et de Liturgie, XV, 1177-1178.

[16] M…. ANDRIEU, Les Ordines romani…, III, Lovaina 1951, 272 (Ordo XXIII).

[17] Texto completo en H. SCHMIDT, Hebdomanda Sancta, II/I, Romae-Friburgi, Br-Barcinone. 1957, 629-633.

[18] M. ANDRIEU, Les Ordines romani…, cit, 190 (Ordo XVIII.

[19] B. CAPELLE, L’Exultete pascal, oeuvre de saint Ambroise, en Miscellanea Giovanni Mercati, I, Ciudad del Vaticano 1946, 214-246. Esta atribución, sin embargo, ha sido objeto de gran controversia.

[20] Triduum Sacrum, ed. Adrien Nocent, en Anàmnesi 6, L’Anno Liturgico, Génova, Marietti, 1989, 103-104.

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