Queridos Misioneros, Peregrinos de la Esperanza.
Queridas Hijas de la Caridad, Peregrinas de la Esperanza. Su vida nos recuerda que la Caridad proviene de la fe y lleva a la Esperanza.
Feliz coincidencia de Jubileos, el general, de la Esperanza y el de la CM, revestidos del Espíritu de Jesucristo, la pequeña Compañía celebra 400 aniversario de su fundación. Una fundación que el mismo San Vicente no había pensado, pero como hombre de fe, San Vicente “se dejó pensar por Dios”.
Primera gran enseñanza de este cuarto centenario: abiertos a la novedad divina, que sabremos reconocer si caminamos movidos por la esperanza que no defrauda.
Segunda gran enseñanza de este largo tiempo: para Dios no hay prisas. Nosotros que vivimos en el tiempo de las prisas, estamos llamados como Congregación no a buscar metas inmediatas, porque no serán metas altas ni eternas.
Tercera gran enseñanza: si en 400 años el Señor ha estado con nosotros, y nos ha mostrado que nos quiere, no podemos dudar de que seguirá a nuestro lado en el camino que conduce a la santidad. Esta Eucaristía es una memoria, también, de la fidelidad de Dios. La lectura del Apocalipsis, iniciaba: “revelación de lo que Dios confió a Jesucristo para que se mostrase a sus siervos lo que va a suceder pronto”.
En esta Eucaristía que celebramos “a los ocho días” de haber proclamado la Pascua de Resurrección, el Evangelio hace referencia, por dos veces, a las heridas de Jesús que devuelven la fe a Tomás. Estas heridas revelan la continuidad glorificada de la condición humana de Jesús que seguimos reconociendo en los pobres. Nosotros, hijos e hijas de San Vicente de Paúl y Luisa de Marillac tocamos las heridas del mundo con profundo respeto, para poner en ellas un bálsamo de esperanza.
Estamos aquí, invitados, varios Obispos vicentinos (paúles, lazaristas). En este sentido, no diré que todo buen misionero vicentino será un buen obispo, pero sí que todo buen obispo lo será si primero es un buen misionero paúl. ¿Qué hacemos los obispos? Lo que aprendimos en la Congregación por 400 años: dejarnos interpelar por los pobres y sus sufrimientos; anunciar el Evangelio hasta los lugares más lejanos; preocuparnos de manera concreta y fraterna de los sacerdotes; y si además añadimos, administrar bien nuestros recursos… ¿no es eso lo que nos enseñó nuestro Santo Padre Vicente?
“Nada encontrarán nuevo en estas Reglas que no hayan vivido ustedes”. Así mismo, nada nuevo pretendo proponerles, sino las 5 virtudes que nos han caracterizado en todo el mundo durante 4 siglos: humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación, celo por las almas. Permítanme que me las recuerde a mí mismo y a también a ustedes.
Sin la humildad, no hemos de esperar ningún progreso nuestro ni beneficio alguno para el prójimo. (XI, 745) Pero con la humildad podemos ser cercanos y disponibles para los pobres.
La sencillez, que consiste en hacer todas las cosas por amor de Dios, sin tener otra finalidad en todas las acciones más que su gloria. (XI, 586). Actuando con transparencia, autenticidad y coherencia.
No hay personas más constantes y firmes en el bien que los que son mansos y apacibles; (XI, 752), habiéndolo aprendido de Jesús que es manso y humilde de corazón. (Mt 11, 29)
La práctica de la mortificación es absolutamente necesaria… por este medio, la mortificación nos dispondrá a hacer bien la oración, y al revés, la oración ayudará a practicar bien la mortificación. (XI, 784)
El celo es la quinta máxima, que consiste en un puro deseo de hacerse agradable a Dios y útil al prójimo. Celo de extender el reino de Dios, celo de procurar la salvación del prójimo. ¿Hay en el mundo algo más perfecto? Si el amor de Dios es fuego, el celo es la llama; si el amor es un sol, el celo es su rayo. El celo es lo más puro que hay en el amor de Dios. (XI, 590)
Damos gracias a Dios, porque durante 400 años y en todos los continentes, hemos trabajado en “nuestro lote”, los Pobres. Con ellos hemos compartido nuestra espiritualidad misionera, comunitaria y profética, para que nuestros “amos y señores” “crean en Jesús, el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él”.
Gracias por permitirnos ser parte de esta celebración. Feliz aniversario a todos.
Arzobispo Mons. José Vicente Nácher Tatay, CM