El perdón está en el corazón de la experiencia cristiana. Es a la vez una gracia recibida, un proceso interior y una práctica comunitaria. En el volumen XII de los Entretiens de saint Vincent de Paul, la palabra «perdón» aparece con frecuencia, a menudo en contextos de humildad, conversión y vida fraterna.
Para arrojar luz sobre esta intuición vicenciana, cruzaremos su pensamiento con dos enfoques contemporáneos: la psicología espiritual de Jean Monbourquette (Comment pardonner) y la antropología del perdón de René Girard (De la violence à la divinité).
Este enfoque pretende ofrecer una lectura actual y espiritual del perdón en una triple dimensión: personal, comunitaria y antropológica. Está dirigido a sacerdotes, religiosos, educadores y a cualquier persona implicada en una misión de reconciliación.
El volumen XII muestra a Vicente de Paúl profundamente consciente de su pobreza espiritual y de su constante necesidad de perdón. Regularmente pedía perdón a Dios y a su comunidad: «Oh Salvador mío… cómo tengo motivos para humillarme por haber fallado tanto, para pedirte perdón a ti y a toda la Compañía» (Entrevista 184, p. 33).
Para San Vicente, el perdón no es simplemente un acto moral o espiritual, sino una actitud existencial. Está arraigado en la conciencia viva de su miseria personal, experimentada no como una culpa estéril, sino como una puerta abierta a la gracia. Decía: «¡Qué desgraciado soy! Rezad a Dios por mí, queridos hermanos, y perdonadme por todo el mal que os he hecho». (Entrevista 186, p. 39)
El perdón se convierte entonces en una expresión de caridad mutua. Entreteje la comunidad. Se pide tanto como se da: «Os ruego, hermanos míos, que sigáis con esta misma caridad y que me perdonéis por el pasado». (Entrevista 185, p. 36)
En la tradición vicenciana, esta dimensión comunitaria del perdón es esencial. Al confesar su debilidad, el misionero no debilita el edificio comunitario, sino que lo humaniza. Reconocen que la evangelización implica también dar testimonio de una manera reconciliada de vivir juntos.
El perdón también se menciona en el contexto de la corrección fraterna. San Vicente insiste en la manera de amonestar: «Si han caído, que se corrijan y pidan perdón a Dios» (Entrevista 180, p. 11).
Aquí, la corrección se convierte en un acto de caridad, dirigido no al castigo sino a la conversión. No condena, sino que abre la puerta a la curación.
Jean Monbourquette propone un enfoque en doce etapas para aprender a perdonar. Su enfoque se distingue por su profundidad psicológica y su fidelidad a la inspiración cristiana. Comienza por deconstruir conceptos erróneos: perdonar no significa olvidar, excusar, minimizar o renunciar a los propios derechos. El perdón no es un acto de debilidad, sino de fuerza interior.
«El perdón no es una demostración de superioridad moral. El verdadero perdón se logra en la humildad». (Cómo perdonar, cap. 3)
El núcleo de su enfoque reside en reconocer la herida. Hay que aceptar el dolor, nombrar la ofensa, expresar la rabia, llorar, perdonarse, comprender al ofensor y, por último, abrirse a la gracia del perdón.
El autor insiste en el valor terapéutico del perdón: Negarse a perdonar significa seguir siendo prisionero del pasado. Es vivir en el resentimiento, una ira disfrazada que puede ser psicológica, espiritual e incluso físicamente perjudicial.
«El resentimiento es hostilidad crónica, una herida que no ha cicatrizado bien. El perdón es la única medicina duradera». (Cómo perdonar, cap. 1)
Esta visión coincide con la intuición vicenciana: perdonar es reencontrar la paz interior, volver a ser libre para amar.
Monbourquette también señala que el perdón se encuentra en la encrucijada de lo psíquico y lo espiritual:
«El perdón pertenece a dos universos: el humano y el divino. Es obra de la gracia, pero también es un acto humano clarividente y voluntario». (cap. 4)
La teoría del deseo mimético de René Girard pone de relieve un mecanismo fundamental: la violencia humana se alimenta de la imitación del deseo, que genera rivalidad, celos y conflictos. Para resolver esta crisis, las sociedades arcaicas instituyeron el mecanismo del chivo expiatorio.
«Cuanto más el caos de las rivalidades tiende a volcarse en un pacificador ‘todos contra uno’ […]: el chivo expiatorio es él». (De la violencia a la divinidad)
Esta dinámica de violencia colectiva se ritualiza en los sacrificios religiosos. El cristianismo la subvierte radicalmente: Cristo, víctima inocente, rechaza toda venganza y revela la injusticia del sistema de sacrificios. El perdón se convierte entonces en la única forma de romper la espiral de violencia.
«El perdón es la única respuesta humana y divina capaz de desarmar la violencia mimética». (Ibid.)
San Vicente se inscribe intuitivamente en esta perspectiva: al llamar a una vida comunitaria fundada en la humildad, la verdad y la caridad, propone una forma de antídoto contra la rivalidad. El perdón se convierte en el fundamento de la verdadera paz.
Cuando los tres autores se reúnen, surge una visión rica y matizada del perdón:
El perdón, tal como lo vivió y enseñó San Vicente de Paúl, es mucho más que un acto moral. Es un camino hacia la verdad, la curación y la paz. Nos permite salir de la lógica de la violencia, del juicio y de la cerrazón, para entrar en una dinámica pascual de resurrección.
En diálogo con Monbourquette y Girard, la perspectiva vicenciana parece profundamente actual:
En un mundo en el que el dolor, la violencia y el resentimiento van en aumento, el mensaje de San Vicente resuena como una llamada a vivir el perdón como camino hacia la santidad, la unidad y una humanidad renovada.
P. Michel Ibrahim, c.m. Provincia de Oriente
Bibliografía