Los aeropuertos son lugares de encuentro, salas de espera de una humanidad en tránsito permanente. Mientras esperaba mi vuelo de conexión en el suntuoso aeropuerto catarí de Doa, camino de Nairobi, vi a un grupo de jóvenes que deambulaban como pájaros libres, indiferentes a los espacios comerciales que se les ofrecían. Charlaban entre ellos mientras avanzaban por los pasillos, abriéndose paso entre la multitud. Tiempo después volví a encontrarme con el mismo grupo en la puerta de embarque hacia Nairobi. Aunque numerosos, parecían formar una familia. Pensé que podrían ser estudiantes en un viaje de fin de curso, pero pronto me di cuenta de que eran jóvenes católicos, ya que iban acompañados por un sacerdote. Una vez en Nairobi, le pregunté al cura «quiénes eran y qué hacían». Me dijo que pertenecían a un movimiento católico. Estaban en Kenia para un mes de voluntariado. Me despedí del grupo. El sacerdote me pidió, en tono humorístico: «Por favor, rece por estos salvajes». Ellos se rieron fuertemente y, en cuestión de segundos, estaban todos juntos para una foto de familia. Una familia feliz y comprometida.
Cuando revisamos nuestra historia vocacional, nos damos cuenta de que hubo momentos clave, experiencias fundantes, periodos en los que se nos «abrieron los ojos» a una nueva realidad. Son momentos kairós, es decir, momentos de gracia con un gran potencial transformador. Tras esa visión, nos damos cuenta de que ya no podemos seguir con el mismo modo de vida, como si nada hubiera pasado. Hay una certeza, una idea en forma de semilla, que germina, lenta y decididamente, buscando concretarse en una nueva aventura. El sujeto «sabe sin saber», aunque tímidamente, lo que quiere hacer con el don de su propia existencia. Tal vez encuentre a alguien, un animador vocacional disponible, que le ayude a crecer y a encontrar la luz en el espacio público.
La juventud es una época de sueños que dan forma a una nueva identidad. Los jóvenes son muy generosos, motivados por las preguntas de siempre: ¿por qué hay mal en el mundo? ¿Por qué hay desigualdad? ¿Qué debo hacer para responder a los problemas de mis hermanos y hermanas? ¿A qué debo dedicar mi vida? ¿Dónde está Dios? ¿Por qué los adultos no se comprometen con causas como la paz y la ecología?
Muchas historias vocacionales comienzan precisamente en este grupo de edad. Cuando viven una experiencia similar a la que ofrece un campamento de verano, un período de voluntariado en una tierra de grandes carencias materiales, una JMJ, un encuentro de Taizé, una peregrinación a un santuario, entre otras, «se les abren los ojos» y ya nada puede ser igual. Una epifanía inesperada les obliga a ir en otra dirección. Hay un deseo de comenzar una nueva historia en fidelidad a la novedad que brota de lo más profundo. Se abren nuevos caminos. Están dispuestos a todo, como quien ha encontrado un gran amor. Y gracias a este gran amor, ¡todo es posible!
Muito para além das festividades protocolares e da produção de documentos, das assembleias fechadas e de práticas devocionais como formas piedosos entretenimentos, proporcionar estas experiências poderia, de igual modo, ter o efeito revitalizador que almejamos para as nossas comunidades.
Nuestras instituciones -provincias y viceprovincias, ramas de la familia y parroquias- deberían promover este tipo de iniciativas entre sus jóvenes. Sería una forma honorable de celebrar el 400 aniversario de la fundación de la Pequeña Compañía. Mucho más allá de los festejos protocolares y de la elaboración de documentos, de las asambleas cerradas y de las prácticas devocionales como formas piadosas de entretenimiento, ofrecer estas experiencias podría tener también el efecto revitalizador que deseamos para nuestras comunidades.
P. Nélio Pita, CM