De la semilla plantada en folleville y paris…al frondoso arbol de hoy –

En 2025, la Congregación de la Misión celebra el jubileo de los 400 años desde su fundación. Es un tiempo de gracia para renovar, a la luz del carisma de San Vicente de Paúl, la fidelidad a Cristo evangelizador de los pobres. Este aniversario invita a toda la Familia Vicenciana a vivir con corazón agradecido, arrepentido y comprometido la misión recibida.

El jubileo en el pensamiento de San Vicente

San Vicente de Paúl no es un escritor, que haya dejado obras impresas a cerca de algunas materias especiales, los escritos que conservamos de él traen realidades de la vida diaria y de la Comunidad, que son tratados en ocasiones especiales. Refiriéndonos al tema que nos compete ahora, el del jubileo, conservamos materiales especiales, gracias a Dios.

Al respecto nos dice: “Yo he conocido varios jubileos” El Santo alude a los correspondientes a 1634, 1636, 1641, 1645, 1648, 1653 y 1656. De éstos merecen nuestra atención tres principales: los convocados en 1641, 1653 y 1656 por Urbano VIII (1623-1644), Inocencio X (1644-1655) y Alejandro VII (1655-1667), respectivamente. El 17 de abril de 1653, Vicente hacía esta confesión delante de las Hijas de la Caridad: “Yo he conocido varios Jubileos, pero quizás no los he ganado nunca”. SVP. IX, 610 / IX, 549.

Ahí tenemos ese material, si queremos mirar de primera mano, las reflexiones que hace al respecto.

Digamos en síntesis, que en el fondo hemos de quedarnos con la iluminación que dio a los primeros misioneros y a nuestras hermanas, y que hemos de recobrar para nosotros ahora: nos recuerda la importancia de la oración, la comunión con Dios y la centralidad de Jesucristo en nuestra vida. Su énfasis en la caridad y la misión también nos invita a reflexionar, sobre cómo podemos vivir el jubileo de manera que se convierta en una oportunidad para renovar nuestra fe y nuestro compromiso con los pobres. El jubileo es gracia, don de Dios para «revestirnos del Espíritu de Cristo», y para redescubrir la belleza de su centralidad en nuestra vida misionera.

 

Año 2025: Jubileo eclesial…jubileo vicentino

 

Cuándo llegó a imaginarse el Señor Vicente que 400 años después del nacimiento de su “¡pequeña Compañía”, ésta con alegre vitalidad celebrara al unísono con la Iglesia y como hija fiel de ella, su propio jubileo! ¡Pero así son los caminos de la Providencia!

Los historiadores de la iglesia de las comunidades fundadas en Francia en tiempos de San Vicente, sólo anotan que sobrevivimos el 30%, entre ellas nosotros ¡Cómo no dar gracias a Dios porque los hijos de San Vicente seguimos con vitalidad!

Propongo, para nuestra oración y reflexión de hoy y de mañana, tres dimensiones: un corazón agradecido, un corazón arrepentido y un corazón comprometido.

 

Primera dimensión: UN CORAZÓN AGRADECIDO: Magnificat ánima mea Dominum…Lc. 1, 46

 

Hace exactamente 400 años, que Vicente de Paúl iniciaba un largo camino, que él no sospechó que sería largo y fecundo, que luego prolongarían en el tiempo miles de hombres, que detrás suyo, seguirían el camino de Jesús, el Señor evangelizador de los pobres.

Vamos a entrar en la casa de los Gondi, en la calle Pa­vée, en París, el 17 de abril de 1625. Poco después de mediodía, se reúnen los esposos, dos notarios y el capellán. En sencilla cere­monia, leen y firman un contrato. Vicente trazó unos rasgos enér­gicos debajo del nombre de Margarita de Silly, en el centro de la hoja.

Se firmaba el acta de nacimiento de una comunidad con nuevo acento misionero. Su cuna, la casa de los Gondi. Con razón, el señor Vicente llama­ría «nuestra fundadora» a la señora generala de las galeras.

Y pronto seguirían el trabajo misionero ya iniciado, pero ahora con tres fieles obreros de la primera hora: Antonio Portail el inseparable escudero de alegrías y luchas, Juan de la Salle que más tarde llegó a ser el primer director del Seminario Interno, y el sabio canonista Francisco du Coudray. Y desde entonces con paso lento pero seguro la “pequeña compañía” ha atravesado valles y montañas, pasado el umbral de la patria y ha llegado hasta los más insospechados y escondidos rincones de los pobres en el mundo entero.

Podemos unirnos al salmista: Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi?  Calicem salutaris accipiam, et nomen Domini invocabo Vota mea Domino reddam coram omni populo ejus.”. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?  Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”. Salmo 115, 3-5.

  • Este es un tiempo para expresar nuestra alegría y nuestro agradecimiento al Buen Dios por el don de San Vicente de Paúl “gigante de la caridad” y “heraldo de la ternura y misericordia de Dios” (Juan Pablo II), a la Iglesia, a los pobres y al mundo. Gracias por nuestro fundador de quien no podemos avergonzarnos, y que por el contrario ha dado y continúa extendiendo su luz en la Iglesia y el mundo.

 

  • Gracias por haber suscitado, a través de él, una gran familia de obispos, sacerdotes, hermanos, y seminaristas, para servir a Jesucristo en la persona de los pobres, en las misiones lejanas y populares, la formación de “dignos ministros del altar”, y en los más variados colores de los ministerios misioneros.

 

  • Cómo no dar gracias por las brillantes aureolas de Clet, Perboyre, De Jacobis y los 62 bienaventurados que han llegado a los altares, y más aún por los centenares de misioneros que perfuman a la iglesia con su aroma de santidad en la “puerta del lado”, y en los coros eternos que sólo Dios conoce, y de quienes nuestra memoria e historia no recuerdan.

 

  • Cómo no agradecer al Señor el que la iglesia se haya implantado en muchos lugares, gracias a la brecha abierta por nuestros misioneros: quién no reconoce la evangelización de los nuestros en las llanuras y montañas de China, los surcos en todo el sur de Madagascar, en la inhóspita Mosquitia hondureña o entre los ríos de Cametá en el Brasil ¿Y la formación del clero nativo en Francia, Filipinas y Costa Rica? ¿Y la inculturación y evangelización en Etiopia y Eritrea?

 

  • Gracias por el carisma vicentino que se ha ido extendiendo y continúa atendiendo las nuevas pobrezas de nuestro mundo. Gracias por el carisma que ha roto fronteras y se ha transmitido a muchas comunidades de consagrados, y sobremanera en las grandes familias del laicado vicentino, que son la prolongación de un carisma siempre vivo y de gran actualidad. Gracias al Buen Dios, por quienes han dejado sus lugares y trabajos de confort y han salido “a las periferias” del mundo.

 

  • La perseverancia y el compromiso de los misioneros: La Congregación puede agradecer a los misioneros que han dedicado sus vidas a la misión, trabajando en diferentes partes del mundo para llevar la fe y el amor a los más necesitados. Su perseverancia y compromiso han sido fundamentales para el éxito de la Congregación, y “se han gastado y desgatado” en el anuncio del Evangelio (2 Cor. 12,15) “muriendo con las armas en la mano” (SVP). Cómo no agradecer la luminosidad del voto de estabilidad que los hizo fieles hasta la muerte, no obstante, las tentaciones del mundo y también dentro de la iglesia misma.

 

  • Merece una lámpara perenne de gratitud la presencia de María en la vida de la Comunidad, ella como lo expresaba el padre Alfonso Tamayo “es la presencia silenciosa en la vida de un hombre de acción”, y nosotros podemos añadir y “en la vida de la pequeña Compañía”. Aunque San Vicente no tiene textos explícitos acerca de la Virgen, bien pudo escribirlos, pero desafortunadamente no han llegado a nosotros; sin embargo, podemos tomar las palabras tan ricas a las Damas de la Caridad: “Cuando la Madre de Dios es invocada y tomada como patrona para las cosas importantes, todo resulta y redunda para gloria del buen Jesús su Hijo…” S.V.P. X. 267. Y aunque él no lo hizo, su sucesor, el P. Almeras, cuando aún estaban frescas las flores de la tumba del Fundador, consagró la naciente Compañía a María. La Virgen siempre ha caminado con nosotros, y para refrescarnos la memoria un día nos dijo que “amaba intensamente a la Comunidad”. Cómo no agradecer que ella se haya valido de nosotros, para propagar en el mundo su medalla, la medalla milagrosa, la medalla de los pobres. Y todavía más, nos ha abierto sus manos, esperándonos ávidamente, como en Papua Nueva Guinea y las Islas Salomón.

 

P. Marlio Nasayó Liévano, CM

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