San Vicente de Paúl no es un escritor, que haya dejado obras impresas a cerca de algunas materias especiales, los escritos que conservamos de él traen realidades de la vida diaria y de la Comunidad, que son tratados en ocasiones especiales. Refiriéndonos al tema que nos compete ahora, el del jubileo, conservamos materiales especiales, gracias a Dios.
Al respecto nos dice: “Yo he conocido varios jubileos” El Santo alude a los correspondientes a 1634, 1636, 1641, 1645, 1648, 1653 y 1656. De éstos merecen nuestra atención tres principales: los convocados en 1641, 1653 y 1656 por Urbano VIII (1623-1644), Inocencio X (1644-1655) y Alejandro VII (1655-1667), respectivamente. El 17 de abril de 1653, Vicente hacía esta confesión delante de las Hijas de la Caridad: “Yo he conocido varios Jubileos, pero quizás no los he ganado nunca”. SVP. IX, 610 / IX, 549.
Ahí tenemos ese material, si queremos mirar de primera mano, las reflexiones que hace al respecto.
Digamos en síntesis, que en el fondo hemos de quedarnos con la iluminación que dio a los primeros misioneros y a nuestras hermanas, y que hemos de recobrar para nosotros ahora: nos recuerda la importancia de la oración, la comunión con Dios y la centralidad de Jesucristo en nuestra vida. Su énfasis en la caridad y la misión también nos invita a reflexionar, sobre cómo podemos vivir el jubileo de manera que se convierta en una oportunidad para renovar nuestra fe y nuestro compromiso con los pobres. El jubileo es gracia, don de Dios para «revestirnos del Espíritu de Cristo», y para redescubrir la belleza de su centralidad en nuestra vida misionera.
Cuándo llegó a imaginarse el Señor Vicente que 400 años después del nacimiento de su “¡pequeña Compañía”, ésta con alegre vitalidad celebrara al unísono con la Iglesia y como hija fiel de ella, su propio jubileo! ¡Pero así son los caminos de la Providencia!
Los historiadores de la iglesia de las comunidades fundadas en Francia en tiempos de San Vicente, sólo anotan que sobrevivimos el 30%, entre ellas nosotros ¡Cómo no dar gracias a Dios porque los hijos de San Vicente seguimos con vitalidad!
Propongo, para nuestra oración y reflexión de hoy y de mañana, tres dimensiones: un corazón agradecido, un corazón arrepentido y un corazón comprometido.
Hace exactamente 400 años, que Vicente de Paúl iniciaba un largo camino, que él no sospechó que sería largo y fecundo, que luego prolongarían en el tiempo miles de hombres, que detrás suyo, seguirían el camino de Jesús, el Señor evangelizador de los pobres.
Vamos a entrar en la casa de los Gondi, en la calle Pavée, en París, el 17 de abril de 1625. Poco después de mediodía, se reúnen los esposos, dos notarios y el capellán. En sencilla ceremonia, leen y firman un contrato. Vicente trazó unos rasgos enérgicos debajo del nombre de Margarita de Silly, en el centro de la hoja.
Se firmaba el acta de nacimiento de una comunidad con nuevo acento misionero. Su cuna, la casa de los Gondi. Con razón, el señor Vicente llamaría «nuestra fundadora» a la señora generala de las galeras.
Y pronto seguirían el trabajo misionero ya iniciado, pero ahora con tres fieles obreros de la primera hora: Antonio Portail el inseparable escudero de alegrías y luchas, Juan de la Salle que más tarde llegó a ser el primer director del Seminario Interno, y el sabio canonista Francisco du Coudray. Y desde entonces con paso lento pero seguro la “pequeña compañía” ha atravesado valles y montañas, pasado el umbral de la patria y ha llegado hasta los más insospechados y escondidos rincones de los pobres en el mundo entero.
Podemos unirnos al salmista: “Quid retribuam Domino pro omnibus quae retribuit mihi? Calicem salutaris accipiam, et nomen Domini invocabo Vota mea Domino reddam coram omni populo ejus.”. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo”. Salmo 115, 3-5.
P. Marlio Nasayó Liévano, CM