El 14 de octubre, la Familia Vicenciana recuerda al Venerable padre Salvatore Micalizzi, misionero de la Congregación de la Misión, hijo de Nápoles y sacerdote de ardiente corazón caritativo. Su vida, entregada por completo al servicio de Dios y de los hermanos, sigue siendo una luz para la Iglesia y para el pueblo napolitano.
Nacido en Nápoles el 5 de noviembre de 1856, el joven Salvatore pronto conoció la prueba: huérfano, se hizo cargo de sus hermanos con generosidad y fe. Ordenado sacerdote en 1882, dos años más tarde ingresó en los Misioneros Vicencianos, profesando los votos en 1886. Desde ese momento, su existencia estuvo marcada por una única pasión: dar a conocer el amor de Dios, especialmente a los pobres y a los sacerdotes.
Fue predicador de misiones populares, director de almas, superior en varias casas de la Congregación. Pero la parte más intensa de su vida transcurrió en el silencio del confesionario: pasaba allí hasta doce horas al día, acogiendo a todo el mundo con una sonrisa y misericordia. Para todos era un padre de corazón humilde, capaz de hacer sentir la ternura de Cristo.
Sin embargo, su gran misión fue la santificación del clero. Promovió ejercicios espirituales para sacerdotes en toda Italia, difundiendo la urgencia de la vida interior y la fraternidad sacerdotal. Fue recibido en varias ocasiones por San Pío X, quien lo estimaba profundamente y quiso incluir, gracias también a su impulso, en el Código de Derecho Canónico de 1917 la obligación de los sacerdotes de realizar ejercicios espirituales periódicos.
El 14 de octubre de 1937, mientras estaba en oración, murió de rodillas, como quien había consumado su vida en diálogo con Dios. La fama de su santidad se difundió rápidamente: en Nápoles, en la Iglesia de las Vírgenes, su tumba sigue siendo hoy un lugar de oración y gratitud.
En 2006, Benedicto XVI reconoció sus virtudes heroicas y lo proclamó Venerable. La Iglesia espera ahora el reconocimiento de un milagro para su beatificación.
El padre Micalizzi es para nosotros un recordatorio vivo de la misericordia encarnada, del valor de la fidelidad cotidiana, del servicio humilde y perseverante que transforma el mundo.
En su mirada límpida y en su vida dedicada al Evangelio, la Familia Vicenciana reconoce aún hoy el rostro de Cristo que pasa entre los pobres y da paz a los corazones.
Dios todopoderoso y misericordioso,
te damos gracias por los dones que has concedido a tu siervo Salvatore Micalizzi.
Haz que, por su intercesión,
podamos crecer en la fe y en la caridad,
y concédenos las gracias que te imploramos.
Glorifica, Señor, a tu siervo fiel,
que tanto se esforzó por tu gloria.
Amén.