Los mártires vicentinos: Mons. François-Xavier Schraven, P. Juan Puig Serra, Hno. Salustiano González Crespo

El 13 de octubre, la Familia Vicenciana recuerda a los mártires Schraven y compañeros, Juan Puig Serra y Salustiano González Crespo, testigos de la fe y la caridad. Asesinados por amor a Cristo y a los pobres, defendieron la dignidad humana hasta el don de la vida. Su memoria renueva hoy el espíritu misionero de San Vicente de Paúl.

El 13 de octubre, la Familia Vicenciana celebra la memoria de los misioneros que, en diferentes épocas y lugares, dieron su vida por Cristo y por los pobres. Sus historias, diferentes en las circunstancias, pero unidas por el mismo Espíritu, son un solo canto de fidelidad, caridad y perdón.

Monseñor François-Xavier Schraven, CM, obispo holandés, y sus ocho compañeros fueron asesinados en 1937 en Tcheng-Ting-Fu, China. Durante la guerra chino-japonesa, habían abierto las puertas de la misión a cientos de mujeres y niñas refugiadas, amenazadas por la violencia de los soldados. Cuando se les pidió que las entregaran, se negaron rotundamente. Su «no» se convirtió en un «sí» a Cristo: fueron masacrados por defender la dignidad de la vida humana.

El proceso diocesano sobre su martirio, concluido en Roermond en 2016, continúa hoy en Roma, como signo de un testimonio que trasciende el tiempo.

Pocos años antes, en 1936, España vivió la trágica persecución religiosa que se cobró la vida de muchos misioneros.

El padre Juan Puig Serra, capellán del asilo de Villalonga (Gerona), fue encarcelado y asesinado el 13 de octubre de 1936 en el castillo de Figueras. Las torturas y crueldades sufridas fueron tales que sus compañeros de prisión las recordaban como un calvario. Nacido en 1879 en San Martín de Centellas, el padre Puig Serra pertenecía a la provincia de Barcelona y fue un misionero incansable, hombre de oración y servicio. Murió perdonando, como Cristo.

Junto a él, en el silencio de la vida cotidiana, recordamos al hermano Salustiano González Crespo, nacido en 1871 en Tapia de la Ribera (León). Ingresó en la Congregación de la Misión en 1894 y pasó años de humilde trabajo como cocinero y portero en el Seminario de Oviedo. Su sencillez evangélica y su espíritu de abnegación fueron un ejemplo luminoso para los seminaristas que lo conocieron. También él, durante la persecución de 1936, ofreció su vida en la clandestinidad, fiel a su vocación de servidor de los pobres.

Tres historias, un solo legado: el amor vicenciano que no retrocede ante el mal, sino que lo vence con la caridad.

Como san Vicente de Paúl, estos hermanos creyeron que «el amor es infinitamente creativo»: lo atestiguaron no solo con palabras, sino con la entrega total de sí mismos.

Oración

Señor Jesús,
que has llamado a tus siervos a seguirte hasta la cruz,
danos la gracia de vivir con su mismo valor y con su misma fe.
Haz que, como ellos, sepamos reconocerte en los pobres,
defender la vida y sembrar esperanza incluso en la oscuridad.
Por Cristo nuestro Señor. Amén.

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