Testimonio del Padre Fernando Sánchez, sacerdote vicentino que comparte su camino vocacional, el amor de Dios que marcó su vida y su servicio misionero en la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl.
Mi nombre es Fernando, tengo 51 años, y hace 25 años que soy sacerdote misionero en la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl.
Me pidieron que compartiera mi testimonio vocacional. Y aquí estoy, buceando en el corazón una vez más para ir a lo profundo de él, tomar contacto con experiencias de mi vida y compartir con vos algo de lo que Dios ha hecho en mí.
Lo primero que pensé y me pregunté fue: ¿qué tanto le puede interesar, y qué puede llegar a tocar la vida de un joven como vos, lo que le comparta un hombre que puede ser tu padre, que es de otra generación, que vivió en una etapa de su vida cosas muy distintas del mundo en el que vivimos hoy? ¿Qué le podrá decir un hombre de 51 años a un joven que puede ser de la generación Z, alfa, o incluso millennial, con miradas tan distintas de la realidad, del mundo de las relaciones, de la Iglesia?
Aun así, creo que compartimos algunas cosas en común, más allá de las diferencias marcadas por nuestras historias de vida.
Vos y yo venimos de una familia que nos transmitió la fe, pertenecemos a una comunidad parroquial, capilla o colegio donde hemos dado nuestros primeros pasos dentro de la Iglesia. En los dos hay algo que interiormente nos ha movilizado, que nos ha llevado a preguntarnos tal vez: ¿Qué me está pasando? ¿Dios tiene algo que ver con esto que estoy sintiendo?
Y empezamos a buscar, a preguntar, a poner en palabras lo que nos pasa, con el deseo de poner claridad a nuestro mundo interior. Y empezamos a buscar, a preguntar, a poner en palabras lo que nos pasa, con el deseo de poner claridad a nuestro mundo interior.
Es por eso que pedimos ayuda a alguien que ha tenido o ha pasado por una experiencia similar a la que vivimos y que pueda orientarnos.
Si me preguntas por qué soy sacerdote, te diré: porque Dios me ama.
Si me preguntas por qué sigo siendo sacerdote, te responderé: porque Dios me ama.
Mi sacerdocio es respuesta al amor que Dios me manifestó a mis dieciocho años.
No hay otra razón por la que soy sacerdote. Siempre he sabido y he tenido conciencia de que Dios me amaba; mis padres, de una u otra forma, me lo hicieron saber, y he crecido con esa convicción. Pero hubo un momento en mi vida en que pasé de saber que Dios me amaba porque otros me lo decían, a que el mismo Dios me lo dijera y me lo hiciera sentir.
Y fue en ese momento cuando pensé: “Señor, ante esto que hoy me das a conocer, me preguntas, ¿qué te doy?”
Y al instante le dije: “Señor, ya sé, te daré lo más valioso, precioso e importante que tengo: te entregaré mi vida, mi vida es toda tuya.”
Así fue como comencé un camino de discernimiento con un sacerdote vicentino, quien me acompañó durante un año, hasta que decidí ingresar a la Congregación de la Misión.
Antes de haber tenido mi experiencia de Dios —que marcó a fuego mi vida y me llevó a tomar la decisión de consagrarme—, Dios ya me había llamado a la vocación misionera laical.
Yo no sabía que por el bautismo ya somos misioneros, pero el Señor me lo hizo saber por medio de distintas experiencias de misión que tuve en la diócesis de Villa María (Córdoba), a la que pertenezco, y en una misión en el departamento Santa Victoria (Salta).
Ambas experiencias fueron marcadas por el encuentro con la gente del lugar, por la realidad social, cultural y religiosa del norte argentino. Eso me llevó a descubrir que, como laico, estaba llamado a compartir la fe y llevar el anuncio de la Buena Noticia a los hermanos.
Por eso siempre digo que la primera vocación a la que Dios me llamó fue la de ser misionero laico, y luego a la vocación sacerdotal. Por lo tanto, cuando llegó el momento de decidir dónde vivir mi vocación sacerdotal, ya sabía que sería misionera.
La pregunta fue entonces: ¿dónde?
Y ahí apareció en mi vida la Congregación de la Misión, de la mano de dos sacerdotes que conocí en la misión del norte argentino.
A uno de ellos, después de aquella experiencia, y de haber tenido mi encuentro profundo con Dios, le comenté lo que estaba viviendo e inicié el camino de discernimiento.
Participé de un retiro vocacional organizado por la congregación y fue allí donde el sacerdote me preguntó al final del retiro:
—¿Qué vas a hacer?
—Quiero ser sacerdote —le respondí.
—¿Dónde?
—Con ustedes, si son sacerdotes y misioneros. Además, tienen misión en África, donde un día me gustaría ir a misionar.
En febrero de 1993 ingresé a la comunidad. Llevo 32 años en la Pequeña Compañía, como la llamaba San Vicente.
Como misionero he llevado a cabo distintas tareas que la congregación me confió.
He vivido en varias casas de la comunidad, he podido salir de mi país en varias oportunidades para misiones organizadas por otras provincias de la congregación y he vivido como misionero ad gentes fuera del país.
Estas experiencias me han enriquecido y ayudado a crecer en lo personal y en mi ser pastor.
Hoy estoy llevando una misión fuera de la congregación, encomendada por la Iglesia Argentina. Soy Director Nacional de Obras Misionales Pontificias en nuestro país, y llevo tres años en este servicio. Ha sido una hermosa oportunidad para enriquecerme ministerial y pastoralmente, y para dar a conocer
nuestra congregación en muchos lugares del país donde como comunidad vicentina no estamos y quizás no estaremos.
Mi tarea es animar la misión en Argentina junto a un equipo de laicos. Llevo mi labor como sacerdote vicentino, miembro de la Congregación, aunque viva fuera de la comunidad. Esto me ha ayudado a reconocer las luces y sombras de nuestra comunidad y cuánto podemos crecer cuando compartimos la vida misionera con otros.
Querido joven, finalizo este compartir pidiéndote que no dejes de tener tus momentos de oración, .
que sigas realizando el servicio que llevas adelante en tu comunidad y que no dejes de compartir con tu acompañante tus vivencias. Habla, expresa tus dudas, tus miedos, tus deseos. Sé sincero con vos y con quien te acompaña
No tengas miedo a decidir.
No pasa nada si después te das cuenta de que no fue lo que pensabas. Sé dócil y déjate guiar. Escucha con apertura y no te dejes ganar por la ansiedad. Si no es este el momento para entregar tu vida a Dios, pero es su voluntad, lo harás más adelante.
Si te dicen que debés dedicar más tiempo al discernimiento, no te enojes. Las cosas tienen su tiempo para madurar y dar fruto.
Recordá q ue este camino de consagración es para toda la vida. Tendrá exigencias, altibajos, crisis, pero también mucha gracia.
Ármate humana y espiritualmente: estos dos aspectos son fundamentales para una vida plena y con sentido.
Un abrazo en Jesús, Misionero del Padre, a la distancia.
Dios te bendiga.
P. Fernando Sánchez, C.M.


