Familia Vicenciana, nos acercamos a la Conmemoración de todos los fieles difuntos (2 de noviembre) como a un paso de gracia: no es un día de nostalgia, sino un ejercicio comunitario de esperanza pascual. La liturgia nos entrega palabras que son roca sobre la que apoyar el corazón: «A tus fieles, oh Señor, la vida no se les quita, sino que se transforma». Es el centro de nuestra fe y también el centro de nuestro servicio.
La donación de órganos es un acto de auténtica generosidad, capaz de salvar hasta ocho vidas y devolver la esperanza a quienes esperan un trasplante.
En un mundo a menudo dominado por el interés personal, la gratuidad del don revela la grandeza de espíritu y la fuerza de la solidaridad.
Promover una cultura de la donación significa construir una sociedad más humana, basada en el altruismo y el amor al prójimo.
En Fiji, más de 300 jóvenes vicentinos vivieron unos días de intensa espiritualidad y compartir: un encuentro que enciende el corazón, renueva la fe e inspira a la acción concreta. Fue un camino hecho de vínculos profundos, escucha mutua y sueños de servicio, donde cada testimonio iluminó el camino hacia una comunidad más solidaria. Una experiencia que perdura en el tiempo, capaz de transformar e invitar a cada uno a ser signo de esperanza para el mundo.
Con motivo del 9 de mayo, fiesta de Santa Luisa de Marillac, descubre la inspiradora historia de la cofundadora de las Hijas de la Caridad. Una mujer de fe y acción, madre espiritual de los pobres y pionera de la misión vicenciana. En el 400 aniversario de la Congregación de la Misión, su ejemplo nos sigue guiando hoy en día.