Nacido en Demonte (Cuneo) el 12 de diciembre de 1778, Felice De Andreis ingresó en la Congregación de la Misión siguiendo la llamada a «evangelizar a los pobres». Era un hombre de profunda oración, espíritu manso y mente brillante. Después de enseñar teología y formar a jóvenes misioneros, aceptó una misión que marcaría la historia: llevar el carisma vicenciano a los Estados Unidos.
En 1816 partió hacia el Nuevo Mundo junto con Giuseppe Rosati, sentando las bases de la Congregación de la Misión en América y del primer seminario en St. Louis. Su vida fue breve pero intensa: murió el 15 de octubre de 1820, consumido por el cansancio y el amor por las almas. Murió en concepto de santidad, y en 1918 la Iglesia inició su proceso de beatificación, reconociendo en él un modelo de misionero humilde y generoso, que transformó la frontera americana en un terreno de gracia.
Casi un siglo después, en plena guerra civil española, un joven valenciano daba testimonio del mismo Evangelio con la fuerza del martirio.
Rafael Lluch Garín, nacido el 18 de enero de 1917, era un joven sencillo y generoso. Dirigía la farmacia familiar en Picasent (Valencia) tras la detención de su cuñado, mostrando en su vida cotidiana la fe recibida en casa. El 12 de octubre de 1936 fue detenido por un gesto de valentía: se negó a quitar la imagen de la Virgen de la tienda y no quiso permitir que se blasfemara en su casa. Tres días después, fue asesinado en Sella, gritando con fuerza:
«¡Soy católico, soy católico! ¡Viva Cristo Rey!».
Tenía solo 19 años.
Rafael es uno de esos mártires laicos que, sin alboroto, muestran la fuerza de un corazón puro, capaz de dar la vida por lo que cree. Su testimonio es el de una juventud que no teme posicionarse por la verdad y el amor.
En el P. Felice y en Rafael se entrelazan dos caminos de la misma vocación vicenciana: la misión y el martirio, el anuncio y la fidelidad. El primero evangelizó nuevas tierras con la palabra y la caridad; el segundo evangelizó su tiempo con la coherencia y el sacrificio. Ambos nos recuerdan que la santidad no es un privilegio de unos pocos, sino un camino posible para quien acoge a Dios en su vida cotidiana.
Señor Jesús,
que encendiste en tus siervos Felice De Andreis y Rafael Lluch Garín
el fuego del amor y la fidelidad,
concédenos también a nosotros servir a los pobres y defender la fe
con valentía, alegría y pureza de corazón.
Haz que su testimonio nos convierta
en instrumentos de tu caridad y constructores de paz.
Amén.