El 24 de octubre, la Familia Vicenciana recuerda al padre Amado García Sánchez, misionero y mártir de la fe, asesinado en Gijón (Asturias) en 1936, en la víspera de la solemnidad de Cristo Rey. Su vida, marcada por una fe sencilla y luminosa, es el retrato de un corazón que no tuvo miedo de permanecer junto a sus hermanos, incluso cuando el riesgo significaba la muerte.
Nacido en Moscardón (Teruel) el 29 de abril de 1903, ingresó muy joven en la Congregación de la Misión, profesando los votos a los dieciocho años y recibiendo la ordenación sacerdotal en 1926. Fue un misionero popular, cercano a los pobres y a los pequeños pueblos, siempre animado por una sonrisa discreta y una palabra de paz. Por dondequiera que pasaba, dejaba una huella de bondad y consuelo evangélico.
En 1929 fue enviado a Gijón, donde fundó una nueva casa vicenciana y, a partir de 1935, se convirtió en su superior. Allí su apostolado se extendió a las Hijas de la Caridad y a los grupos de las Hijas de María, jóvenes a las que acompañó espiritualmente y que, tras su muerte, fueron testigos de su martirio.
Durante la persecución religiosa que estalló con la guerra civil española, el P. Amado decidió permanecer junto a sus hermanos y fieles, a pesar de que podía huir. Cuando supo que un hermano mayor, el hermano Paulino Jiménez, se había quedado solo en la casa de Gijón, quiso volver con él, a pesar del peligro.
Poco después, ambos fueron detenidos. Durante los días de cautiverio, el P. Amado confesaba, consolaba y rezaba con los que estaban a punto de morir. En aquellas horas dramáticas, su presencia se convirtió en luz: un testimonio vivo de la misericordia de Dios.
El 24 de octubre de 1936, por la tarde, fue conducido al cementerio de Ceares de Gijón y fusilado junto con otros sacerdotes. Tenía solo 33 años. Las jóvenes Hijas de María, a quienes él guiaba espiritualmente, encontraron su cuerpo y conservaron con veneración una toalla empapada de su sangre, que hoy se guarda como reliquia en el Museo de los Mártires de Madrid.
El padre Amado García Sánchez nos enseña que la fidelidad auténtica no se mide por el éxito, sino por la cercanía a los hermanos, incluso en los momentos más oscuros.
Permanecer junto a los pobres, a los hermanos, a las Hijas de la Caridad fue para él un acto de amor total. Su nombre, «Amado», resuena como una profecía: amado por Dios, amó sin medida, hasta el final.
En su sonrisa silenciosa y en su mansedumbre se refleja el rostro de Cristo Buen Pastor, que nunca abandona a sus ovejas. Su recuerdo nos recuerda que la caridad verdadera es fiel incluso en la noche del miedo, y que la esperanza cristiana nunca muere: se transforma en don, en paz, en luz que sigue brillando.
Dios todopoderoso y eterno,
que concediste a tu siervo Amado García Sánchez
dar testimonio del Evangelio hasta el don de la vida,
haz que también nosotros permanezcamos firmes en la fe
y fieles en la caridad,
encontrando en Ti la fuerza para amar sin miedo.
Por Cristo nuestro Señor.
Amén.