Todos los Santos: la fiesta de las Bienaventuranzas que huele a caridad (mirada vicenciana)

El 1 de noviembre, la Iglesia celebra la «multitud inmensa» que nadie puede contar: no solo los santos de los altares, sino la santidad discreta de quienes, día tras día, se dejan moldear por el Evangelio. Desde la perspectiva vicenciana, esta fiesta es el día de las Bienaventuranzas vividas: la santidad no como una cima inalcanzable, sino como un camino concreto de caridad «afectiva y efectiva», de humildad laboriosa, de cercanía a los pobres que son «nuestros señores y amos».

No es un escaparate de héroes: es una escuela de Bienaventuranzas

Todos los Santos no es un desfile de «los mejores», sino el mapa de la buena vida trazado por Jesús en la montaña: los pobres de espíritu, los mansos, los puros de corazón, los pacificadores, los perseguidos por la justicia. Para San Vicente de Paúl, esta es la regla de oro del discípulo: las palabras se convierten en gestos: una mano que levanta, un oído que escucha, pies que van donde la pobreza arde.

La santidad vicenciana huele a casa, a pasillo, a calle: es un estilo sencillo que llama al otro por su nombre, mansedumbre que desarma, humildad que no ocupa el centro, mortificación como sobriedad libre, celo que organiza la caridad. Las cinco virtudes de la tradición (sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación, celo) no adornan: forman.

La comunión de los santos lleva puesto el delantal

El Apocalipsis muestra vestiduras blancas; el Evangelio recuerda cómo se blanquean: en el servicio. La comunión de los santos, desde la perspectiva vicenciana, se asemeja a una mesa donde cada uno aporta algo de sí mismo: tiempo, competencias, una herida convertida en consuelo.

La caridad de Vicente no es filantropía: es encuentro con Cristo presente en el pobre. Por eso, la Eucaristía y la Palabra no distraen del servicio: lo encienden. Rezar y servir no son dos vías paralelas: son el mismo camino. La contemplación en el altar abre los ojos a Cristo en las periferias; el contacto con la carne herida hace que el altar sea menos ritual y más real.

Santos de al lado: un carisma que amplía el espacio de la tienda

El carisma vicenciano es levadura: no se ve, pero hace crecer el pan. Se reconoce cuando una parroquia se vuelve más acogedora, una comunidad religiosa escucha las preguntas de los jóvenes, un grupo laico inventa nuevas formas de visitar a los enfermos, proteger a los frágiles, acompañar a los migrantes.

Hoy en día, la pobreza tiene rostros complejos: soledad digital, descarte educativo, precariedad habitacional, heridas psíquicas, migraciones forzadas, nuevas dependencias. La santidad que celebramos no se asusta: aprende, se forma, crea redes. Es creativa como Vicente: capaz de instituciones y de delantal, de escucha y de valentía.

Tres trayectorias para vivir la fiesta (persona, comunidad, territorio)

1) Simplicidad que abre puertas

Palabras breves, gestos claros, tiempos honestos. Sin máscaras, sin dobleces. La simplicidad es la gramática de la confianza.

2) Mansedumbre que reconcilia

Transforma un conflicto en diálogo: llama a quien llevas tiempo evitando, pide perdón sin «peros», busca un acuerdo posible. La mansedumbre no es debilidad: es fuerza que ha elegido la paz.

3) Celo que organiza la caridad

No basta con «hacer el bien»: apunta en el calendario una visita, una colaboración con los servicios del territorio, un microproyecto conjunto (parroquia, escuela, asociaciones). El celo vicenciano siempre tiene un plan y compañeros de viaje.

Porque Todos los Santos nos concierne a todos

Esta fiesta dice a cada bautizado: tú puedes, no porque seas suficiente para ti mismo, sino porque el Espíritu moldea el corazón con paciencia e imaginación. Los santos no son estatuas inmóviles: son caminos transitables. Cada bienaventuranza necesita manos y voz: la escuela, el hospital, el edificio de apartamentos, la oficina, el autobús de las 7 pueden convertirse en lugares de santidad cotidiana.

En clave vicenciana, decir «Todos los Santos» significa también decir «todos los pobres»: no porque la pobreza valga en sí misma, sino porque el Reino parte de ahí. Es ahí donde el amor cristiano se hace creíble. Y cuando una comunidad aprende a servir a los más pequeños, todos se hacen más grandes. Al fin y al cabo, lo que «cuenta» es encontrar al Resucitado y entrar en su paraíso.

Una pequeña oración

Señor Jesús,
que en las Bienaventuranzas nos muestras el rostro de la santidad,
danos ojos sencillos y corazón manso, manos dispuestas a servir.
Haz que en la Eucaristía aprendamos tu estilo
y en los pobres reconozcamos tu presencia.
Por intercesión de san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac,
conviértanos en delantal y buena nueva. Amén.

Hoy, la fiesta de Todos los Santos nos confía una tarea sencilla e inmensa: convertirnos, con otros y para otros, en una Bienaventuranza viviente. Así es como la santidad sale a la calle, cambia el ritmo de nuestras comunidades y hace que el mundo respire mejor. Y, al estilo vicenciano, esto también pasa por custodiar y hacer crecer la memoria de nuestros testigos: san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac, santa Catalina Labouré, san Justino de Jacobis, san Francisco Regis Clet, san Juan Gabriel Perboyre, los beatos y mártires de la Familia Vicenciana. Estudiemos su vida y sus escritos, celebremos sus memorias litúrgicas y dejémonos convertir por su estilo de caridad creativa, para que su experiencia se convierta en escuela del Evangelio para nosotros hoy.

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