«Manos por la paz» – Para un corazón desarmado

Ya está aquí "Manos por la paz", la tercera y última carta de la serie Verso il Giubileo. Una reflexión de padre Salvatore Farì, CM, inspirada en la obra Madre col bambino de Safet Zec.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hacia el Jubileo 3/2025

 

 

 

 

En la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, el 8 de diciembre de 2024, el papa Francisco envió a toda la Iglesia un mensaje bellísimo con motivo de la LVIII Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2025, titulado «Perdona nuestras deudas, concédenos tu paz».

El tema refleja una profunda conexión con el sentido bíblico y eclesial del Año Jubilar, inspirándose especialmente en las Encíclicas Laudato Si’ y Fratelli tutti, y destacando los conceptos de Esperanza y Perdón, que son el corazón del Jubileo. Este es un llamado a la conversión, no para condenar, sino para reconciliar y pacificar.

En 2025, la Iglesia Católica celebra el Jubileo, un evento que llena los corazones de esperanza. En lugar del sonido del cuerno que marcaba el inicio del Año de Gracia, el papa nos invita a escuchar el «grito desesperado de ayuda» que se eleva desde tantas partes del mundo (cf. Gn 4,10) y que Dios nunca deja de escuchar.

El papa Francisco nos exhorta a enfrentar las actuales condiciones de injusticia y desigualdad mediante un cambio cultural y estructural, reconociéndonos como hijos de un mismo Padre, todos deudores y todos necesarios los unos para los otros.

Jesús, en la oración del “Padre Nuestro”, nos deja la exigente afirmación: «como también nosotros perdonamos a nuestros deudores», después de pedir al Padre que perdone nuestras deudas (cf. Mt 6,12). Para perdonar las deudas de los demás y darles esperanza, es necesario que nuestra vida esté llena de esa misma esperanza que proviene de la misericordia de Dios (n. 10).

El papa propone tres acciones concretas en el camino de esperanza para devolver la dignidad a la vida de pueblos enteros y encaminarlos de nuevo hacia la paz:

  • La reducción o condonación total de la deuda internacional.
  • El respeto a la dignidad de la vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural.
  • La creación de un Fondo Mundial para erradicar definitivamente el hambre.

Solo así podremos acercarnos más a la meta de la paz. El mensaje concluye con este deseo:

«Que 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz verdadera y duradera que no se detiene en los tecnicismos de los contratos o en las mesas de negociaciones humanas. Busquemos la paz verdadera, la que Dios concede a un corazón desarmado: un corazón que no insiste en calcular lo que es mío y lo que es tuyo; un corazón que disuelve el egoísmo en la disposición de salir al encuentro de los demás; un corazón que no duda en reconocerse deudor ante Dios y, por ello, está listo para perdonar las deudas que oprimen al prójimo; un corazón que supera el desánimo hacia el futuro con la esperanza de que cada persona es un recurso para este mundo» (n. 13).

Manos para la paz

El cuarto centenario de la fundación de la Congregación de la Misión es, no solo para los Misioneros Vicencianos, sino para toda la Iglesia y todos los creyentes, una invitación a la paz, a desarmar el corazón y a tener manos para la paz.

En esta tercera reflexión, mientras nos acercamos a las grandes celebraciones del cuarto centenario de la fundación de la Congregación de la Misión, les propongo contemplar el cuadro Madre con el niño (2024) del artista bosnio Safet Zec, quien huyó del asedio de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes en los años 90.

El artista representa a una mujer en huida, que lleva a su hijo en brazos. Su cabello castaño oscuro está pintado casi con prisa, con pinceladas esenciales, mientras su mirada, dirigida hacia abajo, observa con dramatismo al pequeño, envuelto en un lienzo. Los colores son pocos y esenciales, como la urgencia de la fuga: el ocre de la piel y el manto de la mujer, el blanco de las vestiduras y el lienzo del niño, el rojo que tiñe las muñecas y mancha las ropas, impregnando la tierra. Solo el azul del zapato del niño, que sobresale de los lienzos, evoca la vitalidad y la despreocupación que todo niño debería tener. La sacralidad de la vida se concentra en las grandes manos que sostienen el pequeño cuerpo envuelto. Son manos que defienden hasta el último aliento, manos que sangran por una vida continuamente violada por la brutalidad de la guerra.

¡Estamos cansados de la guerra! ¡Necesitamos la paz!

En el mundo hay actualmente 56 conflictos activos, el número más alto registrado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, según el Global Peace Index 2024.

La paz es el horizonte en el que el hombre está llamado a vivir la comunión fraterna y la relación con Dios y su Enviado, el «Príncipe de la paz» (Is 9,5). Es el mensaje central de la esperanza mesiánica anunciada por los profetas, que ven su realización en la armonía original entre el hombre y la creación:

«El lobo habitará con el cordero… el becerro y el león pacerán juntos, y un niño pequeño los guiará…» (Is 11,6-9; cf. Is 65,25).

También se refleja en la transformación de instrumentos de guerra en herramientas de progreso y convivencia pacífica:

«Forjarán de sus espadas arados y de sus lanzas hoces… no aprenderán más el arte de la guerra» (Is 2,4).

Todo esto se cumple con la venida de Jesús de Nazaret, cuya nacimiento marca también el nacimiento y triunfo de la paz:

«Paz en la tierra a los hombres que ama el Señor» (Lc 2,14).

Deseamos la paz que nace del perdón

No olvidemos que «la misericordia es la palabra-síntesis del Evangelio; podemos decir que es el ‘rostro’ de Cristo, ese rostro que Él manifestó al encontrarse con todos, al sanar a los enfermos, al sentarse a la mesa con los pecadores y, sobre todo, al perdonar desde la cruz: allí contemplamos el rostro de la misericordia divina».

Es esencial redescubrirnos perdonados por Dios en Cristo, porque esto transforma el acto de perdonar: no será solo un esfuerzo de la voluntad, sino una apertura al don de gracia del Señor.

Deseamos una paz que sea tanto el silencio de las armas como la armonía profunda que se realiza en la persona, en las relaciones entre individuos y grupos sociales, cuando se siguen las leyes de la Vida y se permanece en sintonía con la acción de Dios.

La paz no puede ser solo deseada… debe ser anunciada, construida y vivida.

Vicente de Paúl, mensajero de los “pies hermosos”

«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz!» (Is 52,7).

Me gusta imaginar a Vicente de Paúl como un hombre de “pies hermosos”, pasos buenos. Sus pies, desgastados por el viaje, quizás doloridos, eran el instrumento que le permitía anunciar la paz. Por eso son hermosos y preciosos.

El Señor nos conceda ser artífices de paz, dispuestos a iniciar procesos de sanación y reconciliación con creatividad y audacia (Fratelli tutti, 225).

P. Salvatore Farì CM

Roma, 10 de diciembre de 2024
Memoria litúrgica del Beato Marco Antonio Durando

 

 

“Mani per la pace” - Per un cuore disarmato

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