La primera persona que debe poner en práctica el programa ritual en una celebración es la que preside. Esta persona debe tener una buena formación litúrgica: conocer los libros litúrgicos, mantenerse en la secuencia ritual, haber asimilado que el sujeto es la asamblea celebrante, de la que la persona que preside también forma parte, y a la que realiza el servicio de presidencia: ¡la celebración no es propiedad de la persona que preside! (SC 48). De ello se deduce que la celebración de la Eucaristía no es propiedad del sacerdote. Desgraciadamente, a día de hoy, este concepto todavía no está claro para todos los sacerdotes.
Se celebra lo que se vive y se vive lo que se celebra, (per ritus et preces) (SC 48). La liturgia no es algo que hay que hacer. Si no, ¡se pierde el tiempo! (SC 49)
He aquí la fuente más antigua de la liturgia latina de la que podemos deducir cómo se celebraba en el siglo II: la Apología de San Justino Mártir.
San Justino Mártir, filósofo nacido Flavia Neapoli en la ciudad siria de Palestina, vivió en el siglo II y compuso las Apologías, en las que trataba de demostrar la inocencia de los cristianos acusados de tramar la destrucción del Estado.
En la Primera Apología, la más larga y compleja, compuesta en el año 153 d.C., Justino describe la liturgia eucarística: sin duda la fuente documental más antigua, bella y valiosa para conocer el orden litúrgico vigente en la Iglesia del siglo II (cf. San Justino, Le due Apologie, Edizioni Paoline, Roma, 1983, pag. 28).
Justin presenta el programa ritual y las coordenadas horarias de la celebración:
[…] el día llamado “del Sol”, es decir, el domingo. Justino se refiere a la denominación en uso en la cultura helenística (= griega), según la cual los siete días de la semana se relacionaban con otros tantos planetas, a los que se rendía honor divino. Naturalmente el día del Sol era comparado por la comunidad cristiana con el día del Señor: Jesucristo, el verdadero sol espiritual de los creyentes.
La asamblea se sienta en actitud de escucha. Uno o varios lectores proclaman las memorias de los Apóstoles y los escritos de los Profetas mientras el tiempo lo permite.
A continuación, el presidente de la asamblea pronuncia una homilía en un lenguaje accesible a la asamblea celebrante.
Al final de la homilía, la asamblea se pone en actitud del hombre nuevo resucitado del agua del bautismo y eleva invocaciones (= oración universal).
Al final de la oración universal, se llevan al presidente pan, vino y agua (el agua se utilizaba, en aquella época, para amortiguar el sabor muy fuerte del vino).
Después de recibir los dones, el que preside eleva la plegaria eucarística al Padre, en nombre de todos, según su capacidad, al final de la cual la asamblea aclama diciendo “AMÉN”.
El pan y el vino consagrados se distribuyen a los presentes y, a través de los diáconos, se envían a los ausentes.
Al final de la celebración, se recogen bienes para ayudar a los pobres, porque hay que vivir lo que se celebra y celebrar lo que se vive. Del rito a la caridad: cf. Instrucción General del Misal Romano (IGMR 28)
Observamos cómo la Ordenación General del Misal Romano remite a Justino: la celebración de la Eucaristía consta de dos partes unidas por ritos que preceden y concluyen.
El tiempo se actualiza en el Año litúrgico, que recuerda (cumple la anamnesis) la historia de la salvación, porque en cada una de sus secciones nos lleva al encuentro con el Resucitado (por ejemplo, Adviento: el Señor viene, ¿cuándo? cada día, ante nuestros hermanos), la espiritualidad madura del Año litúrgico nos proyecta hacia la liturgia del Reino de los cielos, de hecho en los libros litúrgicos podemos ver un itinerario de la sequela Christi. (Cf. NORME GENERALI PER L’ORDINAMETO DELL’ANNO LITURGICO E DEL CALENDARIO, in Messale Romano 3 ed., Roma, Editrice Vaticana, 2020, Cap. I, L’anno liturgici, nn. 1 – 2).
Justino escribe sobre una comunidad que se reúne en un espacio (cf. I Apologia, p. 118) en tiempos de Justino la gente se reunía en una casa.
El espacio arquitectónico es el signo de la Iglesia compuesta de piedras vivas (1 Pe 2,4-12).
La Iglesia es la domus orationis (la casa de oración) en la que tiene lugar la celebración, donde los fieles se ven favorecidos por un rito celebrado con noble sencillez (SC 34)
El primer actor de la celebración es el pueblo convocado en torno al Resucitado (cf. OGMR 27).
El rostro del pueblo que emerge es el de una comunidad reunida y vivificada por los carismas. Cuando el pueblo se ha reunido, el sacerdote se dirige al altar (Misal Romano 3 ed. p. 309). La diversidad de funciones dentro de la asamblea de celebración.
Presidir es el servicio principal que realiza el obispo o un presbítero para indicar que la iglesia está reunida en torno al Señor resucitado.
Presidir, por tanto, es un servicio y no un poder (OGMR 92).
III. Servir al presbítero y preparar la mesa y prestar el servicio, el de la caridad, que el diácono debe coordinar en la comunidad parroquial;
los presbíteros concelebrantes, aun en ausencia del diácono, permanecen en su lugar y no lo sustituyen, porque son de igual dignidad que el que preside. (OGMR p. XXXVII, n. 214).
Proclama las lecturas y, en ausencia de salmista, también el salmo responsorial, y propone también las intenciones de la oración universal desde el ambón en ausencia del diácono (OGMR 196 – 197).
Si no se canta ningún himno en la entrada o en la comunión, y si las antífonas indicadas en el Misal (entrada y comunión) no son recitadas por los fieles, el lector puede proponerlas en el momento oportuno (OGMR 48 y 87).
En la tercera parte, hablaremos de la importancia del lenguaje verbal y no verbal dentro de una celebración litúrgica le.